Furno vuelve a la ruta y al pasado
La película protagonizada por Luis Machín, que pasó inadvertida en su estreno, regresa a una sala local. El rosarino encarna un chofer de ómnibus de larga distancia asaltado por pesadillas que vienen desde los años de la dictadura.
En la misma semana en que el último film de Sofía Coppola, Adoro la fama, otro de sus caprichosos retratos e híbridos divertimentos, alejado de aquellos, sus primeros films, se presentaba a fines de octubre del año pasado en cinco salas, y que la notable obra de Margarethe Von Trotta, Hannah Arendt se podía ver sólo en dos salas, Destino anunciado de Juan Dickinson sólo estaba presente en el cine Del Centro, habiéndose dado a conocer, como tantos otros films independientes, en un espacio altamente competitivo, eclipsados por una resonante maquinaria publicitaria.
Afortunadamente, tras un largo silencio, volvió a la cartelera este muy inadvertido film. Y lo hizo de la mano de su actor, admirado por todos nosotros, no sólo por ser rosarino, por haber finalmente encontrado un lugar en el teatro, en la televisión y en el cine; sino, sobre todo, por su talento y su modo de ser, actitudes y comportamientos, que, en el caso de Luis Machín, se conjugan de manera inusual. El pasado jueves, en una función abierta para todos los públicos, el actor, en la sala de Arteón, abrió la función con sus sinceras palabras, antes de la exhibición del film, la que fue coronada con grandes aplausos.
Si en un programa especial para la televisión de hace algunos años, su director, Juan Dickinson, cuya trayectoria merece ser conocida, nos acercaba el declinar y ocaso de los ramales ferroviarios que durante décadas permitieron los diferentes vínculos entre tantos pueblos del interior en un programa especial para la tevé, en formato documental, conocido como Había una vez un tren, ahora en Destino anunciado el espacio que vamos a transitar es el de las carreteras, las autopistas, que conectan a la estación central de Retiro con la ciudad de San Pedro de Jujuy. Y en esa larga trayectoria, que nos va alejando de la Capital, iremos conociendo a Furno, un hombre ya cincuentón de una rigurosa conducta, que se manifiesta en actos rituales, repeticiones, forma de vida estoica, moral indeclinable. Pero que al mismo tiempo se ve asaltado en sus sueños, que lo visitan como recurrentes pesadillas, por un cierto hecho ocurrido en los años de la dictadura. Por esos territorios desolados, en ese repetir los mismos kilometrajes y anotar el número de pasajeros en un descolorido cuaderno, la opacidad de una luz acompaña la existencia de Furno, cuyo acompañante Olivo, se mueve de manera acomodada entre los agentes del orden y las mujeres del lugar. Es en ese mismo parador, donde tiene lugar ese alto, que allá la historia comienza a tomar un cauce diferente, donde el conocer a una amable y joven moza del lugar, llamada Clarita le permitirá a Furno reconocerse desde otra manera de ser.
Desde un tiempo dilatado, que parece duplicar el tiempo detenido de esos espacios, lo inquietante y lo perturbador llevarán a nuestro personaje, desde una destacada composición admirable en matices, a llegar a las puertas de un pueblo fantasma. Así, Luis Machín compone a un antihéroe que se empezará a mover en un espacio amenazante de miradas esquivas y de rechazos, de silencios forzados, en el espectral escenario de lo que podría ser un western crepuscular.
De esta manera, el film de Juan Dickison a partir de una estructura que se abre en el espacio de la vivencia de un pasado, que se mueve entre la imposibilidad, la ignorancia y la culpa, proyecta su flecha hacia una riesgosa búsqueda, en un territorio de fronteras, que llevarán a que nuestro personaje se vea rodeado por niños que conducen bicicletas hasta cercarlo; antes de que las máscaras de una colorida, tensionante y grotesca mascarada de Carnaval lo desdibujen en la misma escena.