En 2009 se estrenó The Final Destination y con una visión más a largo plazo que los propios realizadores, los distribuidores la nombraron en español Destino Final 4. La correcta traducción hubiera sido El Destino Final pero, quizás gracias a una premonición, se pensó que sería mejor hacer a un lado aquel pronombre personal que da una sensación de cierre definitivo y poner un número, de forma tal que la saga pudiera seguir sumando. Uno podría llegar a pensar que es la explosión del 3D, sangrienta en este caso, lo que justifica una quinta parte, pero ya en la cuarta se había empleado esta técnica. Entonces ¿cine para fanáticos? Voy a dejarlo así para no seguir dando vueltas a la cuestión, más de uno debe saber cuánto es que importan los seguidores, decenas de series canceladas hablan por sí solas.
La saga de Destino Final es exactamente igual a la del Juego del miedo, esta última sin el componente sobrenatural y con algo más de "realismo". Si bien la primera tiene más años, su origen es del 2000, la segunda se adueñó rápidamente del género de la porno-tortura por cantidad en desmedro de la calidad, a un ritmo de una película por año. Y en los dos casos, cada vez que se suma una nueva realización, la saga se berretiza un poco más.
Es que ni la primera, la de James Wong, era una gran película como para justificar cuatro partes más. Sí tenía cierta originalidad, además del gancho de las intrincadas muertes inesperadas, y con eso solo, dicho así parece poco, hacían las secuelas. Esta quinta parte da cuenta ya de falta de esfuerzo hasta en aquello que es su razón de ser. Se sabe desde el comienzo que uno tras otro van a caer como moscas, la gracia es ver el cómo. En la primera uno moría ahorcado en el baño, en la segunda uno descuartizado por el alambre de púas, en esta se deja una llave de tuercas sobre una máquina que escupe cosas con violencia y detiene a uno de los personajes adelante.
De todos modos esta tiene ciertas cuestiones rescatables, como la lograda escena del derrumbe del puente en la premonición o la de la muerte de la gimnasta, en la que sí funciona la idea de matar en forma complicada. Hay también una vuelta de tuerca sobre el personaje de Miles Fischer, bien llevada por los realizadores no por el actor, con la que se baja un poco los decibeles y la película levanta algo de vuelo. Para el final se guardan una última carta, un giro que tiene algo de sorpresa y algo de obviedad (muchos planos detalle lo anuncian a lo largo de sus 92 minutos), con el cual traicionan su propia idea de que la muerte sigue una lógica pero con el que abren una nueva posibilidad, más lucrativa: la de un destino infinito.