A mitad de camino entre el thriller y el drama familiar, esta película de la directora Karyn Kusama tiene -más allá del virtuosismo de la estructura de su guion- un objetivo principal: el lucimiento de Nicole Kidman. Desprovista de todo glamour hasta el punto de aparecer casi irreconocible, la prolífica actriz aceptó este auténtico tour de force como para ratificar (por si todavía hiciera falta) su ductilidad y su permanente apuesta al riesgo.
Kidman es Erin Bell, una experimentada detective de la policía de Los Ángeles con una existencia en degradación constante. La veremos durmiendo en un auto, siendo víctima de burla por parte de sus colegas y con una pésima relación con su rebelde hija adolescente. Su obsesión pasa por reencontrarse con los integrantes de una banda de asaltantes de bancos de la que formó parte en su juventud como agente encubierta. Su descenso a los infiernos y la búsqueda de la redención parecen por momentos una versión femenina del Harvey Keitel de Un maldito policía, de Abel Ferrara.
Destrucción apuesta al relato enmarcado, pendula todo el tiempo entre el presente y el pasado, y -como buen ejercicio de género- recién podremos comprender la exacta dimensión de los conflictos tras el desenlace. Kusama se regodea demasiado en la sordidez, no siempre consigue articular las diferentes aristas e implicancias del film, pero -a partir de una puesta en escena muy potente y del portentoso trabajo de Kidman- sale airosa de un proyecto audaz y ambicioso.