“Destroyer” es un interesante ejercicio cinematográfico que funciona en varios niveles, pero, ante todo, resulta atractivo en referencia al desafío actoral que representa para su protagonista y eje omnipresente del relato: la grandiosa Nicole Kidman. Gracias a una impresionante transformación física (maquillaje y prótesis mediante) el sufrido personaje que la actriz australiana interpreta se dirime en dos espacios de tiempo que distan en décadas. Dos episodios de drástica naturaleza separan la distancia cronológica y también escinden la frágil naturaleza de un ser arrasado en su interior. Allí residirá la clave del relato la notoria valía de “Destroyer” como un exponente cinematográfico inusual.
Algo se rompió en Eril Bell, es una mujer herida. En este personaje femenino se encarna la valentía, el dolor y la imperfección moral de un ser que no cede en la búsqueda de su propia redención. El drama de una mujer policía, falible en su rol de madre, quien sortea la discriminación de género y se rodea de peligro transitando para nada agradables ambientes del hampa californiana, parecen converger en un cúmulo de lugares comunes difícil de sortear. Sin embargo, en manos de la directora Karyn Kusama – autora de Jennifer’s Body (2009) y La invitación (2015) – la propuesta adquiere un vuelo cinematográfico notable.
La mayor virtud de “Destroyer” reside en el interés que genera la trama, trabajando de forma alterna el registro temporal. En su ir y venir cronológico, resultará inevitable que pasado y presente se encuentren, desentrañando la clave del misterio (el activa la investigación policial) y desatando los tensos hilos psicológicos que apresan a la inestable pero insistente mujer policía. Respaldada por una nominación a los Globos de Oro, el papel de la protagonista de “Las Horas” posee una dimensión dramática tal que nos demuestra el inagotable talento de su estrella. Esta diva del celuloide del nuevo siglo atraviesa un excelente momento profesional, respaldado en la elección de desafiantes roles y proyectos independientes elogiosos. Desde “The Beguiled” a “Boy Erased” y de allí a “El Sacrificio de un Ciervo Sagrado” y “Camino a Casa”.
La inteligente narración construida, moviéndose entre incesantes flashbacks y flashforwards, pergeñan un recorrido argumental que desafía el intelecto del atento espectador. Visualmente sofisticada, nos encontramos frente a un especímen cinematográfico potente y de inusual belleza. La autora prefiere hacer foco en el trauma y las motivaciones -éticas y emotivas- de su sufrida fémina en proceso de autodestrucción, sabedora que deposita en esta luminaria hollywoodense la suerte entera de este film de profundo cáliz existencialista. Por momentos, una atormentada Erin Bell parece alimentarse del propio peligro en el que se balancea su afligida rutina.
Retratando a un personaje de múltiples matices dramáticos, Kidman aborda el enésimo riesgo interpretativo de su carrera, mostrándose audaz y lejos de todo encasillamiento, a sus 50 años de edad. Esta valiente mujer de ley, intrépida y de armas tomar, se inmiscuirá en ambientes sórdidos, espejándose en la lobreguez del asunto que parece retenerla en tiempo y espacio, ajena a una vida que no le pertenece y presa de sus pecados pasados. Nicole es una estrella que se ensucia, literalmente, jamás calculando la profundidad del lodo asfixiante en donde se adentra. Sin retorno afectivo, su lento y adivinado fade out ofrece como un sacrificio la salud dinamitada. Las pruebas remiten el lento proceso de derrumbe, con nada por delante que perder.
Nicole brilla en el firmamento. Celebramos su osadía, pidamos un rock para la mujer perdida.