En la cumbre de la espiritualidad.
Como respuesta o reflexión profunda a la fatalidad o al destino, este documental de Guillermo Glass y Cristián Harbaruk se va construyendo desde un proceso que se comparte con el espectador y que sintetiza por un lado la inquebrantable amistad de un grupo apasionado por el alpinismo, y por otro la idea trascendente de encontrarle un sentido o propósito a la vida tomando como referencia el desafío y la supervivencia a la naturaleza.
Dhaulagiri es el nombre de una de las montañas más altas del mundo. Se encuentra en el Himalaya (En Nepal) y su cumbre se alza a 8.167 metros de altura. Hasta allí llegaron Christian Vitry, Sebastián Cura, Darío Bracali y Guillermo Glass, todos ellos con la idea de llegar a la cima, bajo los códigos del alpinismo tradicional, es decir, sin cuerdas para escalar y tampoco oxígeno para aquellos momentos críticos que se producen superados los 7.500 metros. Lo que ninguno de ellos preveía durante la desafiante escalada era que las condiciones en el ascenso iban a tomar un rumbo diferente y donde el peligro de perder la vida crecía exponencialmente junto con el cansancio, el agotamiento físico y la falta de suministros para continuar con la expedición. Finalmente lo inesperado: Darío Bracali no logró sobrevivir y el proyecto del Dhaulagiri quedó trunco en aquel trágico 2008.
La necesidad de cerrar el capítulo negro fue un elemento detonante para cada uno de los sobrevivientes, pero las condiciones para retomar el proyecto se dilataron por varios años. Es allí, en ese territorio de incerteza donde nace este documental y su sentido final: Recrear una experiencia colectiva de vida única e irrepetible y homenajear a Darío por tratarse de una de las personas dentro del grupo con más perseverancia y capacidad de contagio a sus colegas de aventuras.
Se trata en definitiva del cruce de dos expediciones distintas, la exterior en el Himalaya con sus pormenores, registrados durante el ascenso, y la interior e individual a partir de la experiencia de cada participante que desde el presente reflexiona y recuerda aquella etapa en que se amalgamaron el amor por el alpinismo, la espiritualidad y el lazo de unión entre amigos en situaciones de extrema adversidad, y que requerían de un plus de solidaridad y entrega al otro para conseguir un buen final de esta historia.
Más allá del impacto que generan las imágenes vivas de la montaña, el frío que se siente a pesar de la mediación de la pantalla y la intimidad cruda de este grupo humano, lo que resulta más rescatable en cuanto apartado técnico es la fotografía y la destreza para filmar en escenas de enorme riesgo para todo el equipo, punto clave que permitió la recolección del material archivado y sin editar que diera sus frutos años después desde esta mirada introspectiva y reconstructiva.
Por eso es justo no quedarse solamente con estos cuatro nombres, que ya forman parte de una hazaña, sino sumar a la aventura de vida a Diego Delpino, Pablo D’Alo Abba, Mario Varela, Enesto Samandjian, (Hernán Garbarino en el montaje y la música original de Martín Bosa.) y Cristián Harbaruk.