Día de la imbecilidad
De todos los films de Roland Emmerich – empedernido orfebre de películas de desastres – Día de la Independencia: Contraataque (Independence Day: Resurgence, 2016) es el más estúpido. Apenas se le puede encomendar el buen gusto de “arruinar” una película que nunca fue muy buena en primer lugar.
Día de la independencia (Independence Day, 1996) tenía al menos dos cosas a su favor: efectos especiales de punta y la presencia inmaculada de un Will Smith que empezaba a gozar la celebridad. Ahora los efectos de la secuela son indistinguibles de los demás blockbusters que inspiró (hasta el 3D se siente relativamente chato), y Smith se borró o lo borraron, dependiendo la fuente. Lo sobreviven su hijo Dylan (Jessie T. Usher), piloto como su padre, y su esposa Jasmine (Vivica A. Fox), que en la primera película era stripper y ahora administra un hospital.
Los extraterrestres regresan veinte años tras la primera invasión, y otra vez nadie los detecta hasta el último minuto. “¿Cómo no los vimos venir?” pregunta un astronauta. No hay respuesta. La nueva nave nodriza de los extraterrestres ahora mide unos 5000 km de diámetro. Como referencia, eso es aproximadamente un 40% más grande que la luna, y un 60% más chico que la Tierra. Que pueda aterrizar en el planeta sin acabar instantáneamente con toda la vida que hay en él no sólo es un insulto al intelecto del espectador sino al de los extraterrestres. La ciencia estima que bastaría un meteorito de 100 km de diámetro para extinguir a todo ser vivo de la faz de la Tierra; uno se pregunta si un plato volador del tamaño de África no es un poco excesivo.
(Que logren aterrizar tamaña nave de manera que los bordes rocen la Casa Blanca, no tanto como para derribarla pero lo suficiente para torcer simbólicamente la flamante bandera norteamericana ya es el colmo.)
¿Es injusto cuestionar la lógica de una historia que no ostenta lógica aparente? La primera película transcurría supuestamente en el 1996 “real”; la secuela imagina un 2016 muy distinto al actual. En un presente alternativo la humanidad ha coexistido en paz desde el primer ataque, unida bajo qué otro gobierno sino el de Estados Unidos. EEUU y China se han dividido la luna (detalle que huele a pensamiento ilusorio) y han desarrollado tecnología – naves, armas – inspirada en la alienígena. De nada sirve para prevenir una segunda invasión, o responder a ella: la solución, nuevamente, es suicidar a un piloto contra el punto débil de la nave principal.
Obviamente la idea de estas películas es dejar el cerebro en la puerta del cine y gozar un poco de entretenimiento leve y efímero. La verdad es que ni es muy entretenida. No hay nada más aburrido que ver cómo las explosiones que no existen demuelen edificios que no existen sobre gente que no existe, espectáculo que se repite demasiadas veces sin contexto ni injerencia narrativa. ¿Cuándo entenderá Emmerich que las maquetas interesan menos que los personajes, y que la investidura del espectador es relativa a los mismos? Nunca se establece una amenaza creíble, las escenas de peligro inminente no tienen peso, las de destrucción masiva tampoco y no hay coherencia espacio-temporal entre una escena y la otra. Jeff Goldblum va de “África Central” a la luna y de la luna al Área 51 en cuestión de minutos. Termina manejando un autobús lleno de niños, y si alguien cree que se encuentran en verdadero peligro, no sé qué decirles.
Incidentalmente, el papel de Goldblum es el mismo que en la primera película – hacer de Casandra de Troya mientras intenta advertir sobre un peligro que solo él puede prever. Uno creería que después de salvar la Tierra se le daría un poco más crédito, pero no – la estupidez prevalece. Nunca salió nada bueno de no hacerle caso a Jeff Goldblum.
El reparto está sobrecargado e incluye a Charlotte Gainsbourg, quien no aporta absolutamente nada a la trama, y otros actores que vuelven por cábala – Bill Pullman, Judd Hirsch y Brent Spiner como el Dr. Okun, el único personaje remotamente simpático. Para la demográfica de “jóvenes adultos” hay un grupete de apuestos pilotos, racial y sexualmente diversos (liderado por Usher y Liam Hemsworth, el menos histriónico de los Hemsworth), que encabeza la resistencia contra la invasión al compás de música sospechosamente parecida a la de Star Wars. Dada cuan poca emoción demuestran a medida que sus seres queridos van muriendo – de la forma más noble y heroica posible – y cómo se hacen cargadas uno creería que están jugando videojuegos.
También hay numerosos “personajes” (caricaturas) a cargo del relevo cómico. Por lejos lo peor es el dúo Umbutu/Rosenberg – un guerrillero africano y un contador judío que se ponen a luchar contra los extraterrestres e intercambiar chistes horrendos. Ver a Umbutu sentado en una nave espacial, armado con machetes y bandoleras, es la primera señal de que quizás fue un error ir a ver la película. Fue un error hacer la película.
“Sabíamos que volverían”, dice el poster. Veinte años fue poco.