Veinte años después
Día de la independencia: Contraataque trata de copiar todas las virtudes de la primera, pero le falta sorpresa y pulso narrativo.
Para tratar de entender por qué no funciona Día de la independencia: Contraataque hay que entender por qué sí funcionó hace veinte años Día de la independencia. La película original del alemán Roland Emmerich no sólo fue la más taquillera del año 1996 y entró en el Top 10 histórico mundial, sino que también -y sobre todo- influyó en prácticamente todo el cine catástrofe que vino después.
Es cierto que Emmerich tiene un oficio inusual para el manejo de escenas de acción grandilocuentes -un oficio que en 1996 era menos habitual que hoy-, pero si volvemos a ver Día de la independencia nos sorpenderá la poca cantidad de esas escenas. Más allá de la última, “la batalla aérea más grande de la historia”, se pueden contar con los dedos de una mano la cantidad de escenas de acción. En sus dos horas y media, la película construye unos cuantos personajes atractivos, con sus conflictos, sus relaciones, sus temperamentos, para después en los últimos veinte minutos ponerlos en peligro.
El guión -escrito por el propio Emmerich con su habitual colaborador Dean Devlin- tenía buenos gags -sobresalía Judd Hirsch- pero también muchas muertes, combinación atractiva que le daba a la película una dinámica despreocupada, casi como la de una película Clase B pero con mucho presupuesto.
Quizás su nacionalismo descarado y ramplón en su momento la haya perjudicado con cierta crítica especializada. Yo la recuerdo como la contracara de ¡Marcianos al ataque!, de Tim Burton, que se había estrenado por la misma época. Bill Pulman y Jack Nicholson, dos presidentes que no podrían ser más distintos. Pero vista hoy a la distancia, esa característica resulta hasta simpática.
Nada de esto se traslada a Día de la independencia: Contraataque, aunque pareciera estar copiada de la anterior. Como si Emmerich fuera un Pierre Menard de sí mismo, acá están todos los elementos que hicieron grande a la anterior, pero ya no estamos en 1996, y todo parece transcripto, como para llenar casilleros.
En primer lugar, carece del crescendo dramático de la otra, que se veía beneficiada por la sorpresa. Acá ya conocemos a los aliens, sabemos cuál es su objetivo y su método. Pero también está demasiado pendiente de tender lazos. Digámoslo: los personajes de Día de la independencia eran profundos y tridimensionales, pero carecían de la estatura mítica necesaria para que los extrañemos. Y acá la película se toma un rato largo para reintroducirlos, para contarnos en qué andan, qué hicieron todos estos años. Y los nuevos (Liam Hemsworth, Jessie T. Usher y Maika Monroe) no son tan queribles como los otros.
Después, Contraataque es más una película bélica con aliens que una de cine catástrofe. Está la consabida destrucción de monumentos célebres, pero es como si Emmerich no se diera cuenta de que lo que hizo grande a Día de la independencia no fue esa imagen icónica de la Estatua de la Libertad en ruinas, sino su pulso narrativo, el cimiento sobre el que se construyó el climax final.