Para esta secuela de ese hito de la ciencia ficción que fue Día de la Independencia, veinte años son mucho. Ahora, la invasión alienígena llega -vuelve- recargada, y hay una presidenta al frente de la Casa Blanca, que es lo mismo que decir al frente del mundo mundial. La ausencia de Will Smith se nota, el entretenimiento pochoclero está minado de chistes para un público infanto juvenil y las escenas de destrucción y guerra interplanetaria son, cuando no emulan un videojuego de marcianos, tan desmesuradas como divertidas. Y diversión es lo único que se le pide a este tipo de propuestas. Aún sin la chispa y la audacia de la antecesora, con su arco de subtramas, patriotismo y personajes arquetípicos en peligro, se las ingenia para entretener con ritmo y oficio de Roland Emmerich, experto en blockbusters. Pero el esquema no puede evitar sonar viejo. Se ve que, como las fuerzas armadas del espacio sideral, el pochoclismo también ha evolucionado.