Nada resulta sorprendente en esta segunda parte de la épica de supervivencia terrestre, y eso irónicamente quizás es lo que más sorprende: cuando se estrenó el film original, ningún espectador pudo mantenerse al margen del que fue el "estreno del año", ni mucho menos mirar a otro lado al ver el Capitolio estadounidense volar por los aires. Pero el año era 1996 y sólo había un estreno de semejantes proporciones muy cada tanto. Hoy, veinte años después, los tanques de Hollywood invaden las salas semanalmente y así la guerra de FX jamás da tregua. Era predecible que ésto sucediese, restaba rogar al director Roland Emmerich simplemente que no se tomase las cosas demasiado en serio y entregase un producto divertido. Afortunadamente, el artífice máximo del cine catástrofe aquí tampoco decepciona.
La historia se resume cuando, dos décadas después del primer ataque, los ETs deciden que es tiempo de revancha. La fecha es caprichosa, claro, y no responde a ningún argumento lógico más allá de que, evidentemente, los aliens tienen una pasión por el dramatismo. Durante mucho tiempo los monstruos intergalácticos pudieron prepararse para el ataque pero, obviamente, nosotros también.
Las explosiones se suceden una tras otra, las ciudades (especialmente Londres, por algún motivo, y eso que la invasión sucedió previo al "Brexit") estallan en mil pedazos y los lugares más turísticos son los primeros en resquebrajarse, como ya lo adelantaba un chiste del trailer. ¿La Casa Blanca? Bien, gracias, y hasta hay un pequeño guiño irónico a ella.
Emmerich sabe que no debe tomarse demasiado en serio las cosas y gracias a eso entrega una secuela divertida, pasatista, que cumple su cometido principal de entretener y no mucho más. Está bien. Tampoco estábamos esperando otra cosa.