“Las historias cubren todo target posible: niños, adolescentes, adultos y tercera edad; héteros y homos; fieles e infieles; sexo telefónico, mejores amigos y hasta algún Edipo sin resolver. Lo único que no hay son pobres”. Y sí, tiene razón el amigo Juan Pablo Cinelli, de Página/12: Día de los enamorados es un panegírico al Star-system norteamericano, conformado por el constante pulular de famosos interpretando a distintas criaturas clase ABC1 cuya única problemática radica en el amor, o en la ausencia de éste. Amigos que no lo son, enamorados que no lo están, el relato intercala distintas tramas que se entrecruzan durante el 14 de febrero, para los argentinos un día hasta hace años igualitario al 13 o al 15 que se convirtió, globalización mediante, en la fecha de celebración de esa oda a la fiebre consumista que es el Día de los enamorados. Allí anda Ashton Kutcher como el buenudo florista a quien su novia desplanta horas después de aceptar el casamiento, el otrora buen actor Jamie Foxx recorriendo las calles para colorear el noticiero vespertino, Jessica Biel como una agente de prensa de éxito laboral inversamente proporcional al afectivo, Anne Hathaway ronroneando groserías en una hot line rusa, Julia Roberts poniéndole el cuerpo a un marine (¡!) que vuelve a casa para ver a su hijo, Bradley Cooper dispuesto a reconquistar a un viejo amigovio, y un largo etcétera de personajes más o menos sufrientes, más o menos ricos, más o menos éticos, más o menos queribles, pero siempre lindos. Queda en cada espectador la aceptación o no de esa (i)lógica cotidianeidad, de la verosimilitud y de esa coherencia interna en constante choque con la externa: no hay crisis, no hay burbuja financiera, no hay guerras ni crisis en el mundo que propone Garry Marshall, todos son felices. Hasta el inmigrante mexicano explotado en su trabajo se contenta con saberse amado. De allí que esa visión cosmopolita rayana con lo utópico hagan de Día de los enamorados una torta bien dulce y calórica que empalaga desde el tercer bocado-cuarto de hora, que uno termina deglutiendo más por obligación y voracidad que por auténtico gusto y placer. Esperemos que el pavo del próximo día de Acción de Gracias sea más apetecible.