Peter Berg, prolífico director de cine y TV (filmó episodios de series como Bloodline, The Leftovers y Ballers), se reunió con su actor fetiche Mark Wahlberg luego de El sobreviviente y Horizonte profundo para esta película coral que reconstruye desde distintos puntos de vista el atentado ocurrido en abril de 2013 durante la maratón de Boston. Los primeros 40 minutos son notables, pero luego cede a la tentación de la frase altisonante, la imagen metafórica y la máxima de autoayuda.
“Dedicado a todos los heridos, a los que brindaron primeros auxilios y a los médicos y policías que demostraron coraje, compasión y dedicación durante los trágicos eventos de abril de 2013”. Esa leyenda, escrita sobre una placa negra, es la imagen previa a los créditos finales de Día del atentado. Su funcionalidad es más bien nula, ya que si había algo que podía desprenderse del film de Peter Berg era justamente su carácter de homenaje.
Con “los trágicos eventos de abril de 2013” se refiere al atentado ocurrido durante la maratón de Boston de aquel año, que dejó un saldo de tres muertos y 260 heridos, casi todos en sus miembros inferiores debido a que las dos mochilas que contenían explosivos estaban en el piso. Ese contexto signó el presente de la ciudad del este de Estados Unidos y agigantó aún más el fantasma del terrorismo.
En vísperas de aquel domingo empieza Día del atentado, una suerte de relato coral compuesto por las historias de un grupo de personajes durante esa jornada (policías, heridos y victimarios). Entre todos ellos destaca la figura del policía Tommy Saunders (Mark Wahlberg), un devoto marido que está pagando un castigo laboral y tendrá en la maratón su último deber antes de volver a su puesto original.
Si uno pudiera desglosar una película por bloques, el de los primeros 40 minutos estaría entre lo mejor del año. Berg solía ser uno de esos directores de la industria apenas eficaces y ruidosos, pero en los últimos años ha venido depurando un particular ojo para construir vértigo en situaciones concentradas en tiempo y espacio: basta recordar la materialidad y la tensión de Horizonte profundo, otro título basado en hechos reales y con Wahlberg haciendo de laburante (da perfecto en el rol de “hombre común sometido a situaciones extraordinarias”). Aquí aumenta la apuesta mediante un uso magistral del montaje paralelo y de una cámara en mano que, a la manera de Paul Greengrass, se invisibiliza en medio del caos.
Pasado el caos inicial y la llegada de un grupo del FBI al mando del agente DesLauriers (Kevin Bacon, notable), el film mantiene su ritmo trepidante mostrando los primeros pasos de la investigación a puro nervio. A medida que las pistas empiecen a volverse concretas, el relato irá dándole más protagonismo a los responsables del atentado, dos jóvenes de origen checheno a los que el film les concede rápidamente el rol de “malos”, característica que significa también la primera luz de alerta de lo que vendrá.
Y lo que vendrá es un vuelco deliberado del film hacia una zona de emotividad y efectismo cargada de diálogos altisonantes, grandes verdades y máximas de autoayuda del estilo “el amor vence al odio”. Berg cambia imágenes nerviosas y urgentes por otras inflamadas por el peso metafórico: allí está la captura del último sospechoso mostrada en cámara lenta y en contrapicado para comprobarlo. El resultado es, entonces, una película de acción muy buena durante su primera hora, y una fábula burda sobre la superación de adversidades, una elegía obvia a una ciudad que ya no es durante la segunda. Cada espectador decidirá con cuál de las dos partes quedarse.