Maratón de la muerte
A partir de la construcción de una ficción basada en hechos reales bastantes recientes, el director Peter Berg nos narra el atentado ocurrido durante la tradicional carrera de 42 kilómetros en Boston el lunes 15 de abril de 2013 y sus consecuencias inmediatas.
La maratón de Boston es la más antigua del mundo en actividad, desde 1897, y una de las que pertenece a las consideradas “majors” junto a Londres, Nueva York, Tokio, Berlin y Chicago.
Miles de corredores de todo el mundo se hacen presentes año a año, manteniendo el interés de manera casi inexplicable, desde 1988 sólo tres no africanos pudieron ganarla.
Transitando durante los 133 minutos que dura el filme en perfecto equilibrio entre los eventos trágicos vividos y la parábola que inspecciona, deambula entre el policial y el drama.
La estructura que utiliza el realizador ya establecida por el guión es clásica, progresiva, primeros minutos introduciendo a los personajes, incluyendo el sargento Tommy Saunders (Mark Walberg), posiblemente el único no real, pero que condensa en su figura el accionar de varios miembros de la policía de Boston en esos momentos. El resto serán los participes necesarios del relato, de víctimas fatales, victimarios, heridos y quienes se hagan cargo de la investigación.
Nada se sabe hacia dónde apunta la narración hasta que comienza a establecer elipsis temporales, bastante ajustadas. De manera tal que puede subdividirse el relato en tercios, el primero la presentación de los personajes, sus virtudes y algunos defectos; el segundo en la instalación del espacio físico donde se desarrollaran las acciones, la maratón y el atentado, la actitud solidaria de quienes pueden hacerlo y los que deben; el tercero se establece en la investigación, persecución y detención de los autores y cómplices.
La habilidad del director es permanecer siempre sobre esa delgada línea divisoria, como si estuviese transitando por un techo a dos aguas, cualquier desliz hubiese provocado desbarrancarse para alguno de ambos lados, si se hubiese inclinado hacia el policial podría aparecer como una falta de respeto, terminar como una producción de género sin demasiados valores para rescatar, pues perdería el interés que establece el drama.
Si por el contrario hubiese elegido el narrar los hechos dramáticos se hubiese podido transformar en difícil de ver, solemne, quizás, pretencioso, aburrido, ¿Casi rayando el patrioterismo barato?
En este punto aparece el montaje, su diseño y su concreción como la vedette del film, sobre todo en las escenas de acción pura, las que se establecen durante la maratón, y específicamente en el mismísimo atentado, sin regodearse promiscuamente en las imágenes.
Sin embargo son las actuaciones las que ayudan a sostener la historia desde lo dramático, atravesando cuestiones morales, éticas de responsabilidades varias, por parte de quienes se fundan como los responsables de la investigación, persecución y detención de los terroristas.
Desde el gobernador de Massachusetts hasta el testigo de origen chino, casi clave secuestrado por los dos hermanos terroristas, pasando por el comisionado de la policía de Boston, o el agente especial del F.B.I. a cargo de la investigación, (John Goodman y Kevin Bacon, respectivamente).
No hay superhéroes, hay hombres comunes haciendo su trabajo, y otros que se involucran por solidaridad inmediata en respuesta a la devastación emocional que produjo el atentado, eso se siente. No hay patrioterismo, se puede oler con mala intención algo de esto, pero no es la intención de sus hacedores, ni por casualidad.
Si pone de manifiesto el orden del fanatismo en el cuerpo de los hermanos que llevan a cabo el atentado, uno más que el otro, tampoco falta la mujer, madre, esposa del mayor de los hermanos, todavía hoy investigada en su posible participación de manera activa.
Transcurrido cinco días de los hechos, los perpetradores eran capturados, uno, el mayor, falleció en el enfrentamiento con los policías, el otro, ya sin posibilidades de escapatoria, se entrego al día siguiente.
Desprovisto de golpes de efectos o golpe bajo, sincero, y muy bien contado se establece como una de los mejores filmes que se atreven a enfrentar hechos reales de esta magnitud en un mundo cada vez más peligrosamente acostumbrado a los mismos.
Llamémosle atentados en Londres, Madrid, Paris, o el ataque con “La madre de todas las bombas” lanzada por orden del presidente de los EEUU, Donald Trump, contra Afganistán, y que el periodismo todo se regodea con las imágenes de hecatombe que produjo.
(*) Producción de 1976, realizada por John Schlesinger.