El MARATON DE LOS QUE SABEN MANTENER EL RITMO
Cuando en su momento me tocó ver El sobreviviente, alegato bélico sobre un pelotón de soldados norteamericanos acorralado en territorio enemigo, me sorprendió que además de la crudeza de las imágenes, la narración tuviese un ritmo sostenido y adrenalínico que la colocaba por encima de la media, sobre todo por lo poco atractivo que me resulta el género bélico si no se lo trata con cierta originalidad. Peter Berg no era un director a quien recordaba particularmente, salvo por la brillante comedia negra Malos pensamientos (1998) con Christian Slater y Cameron Díaz, pero sí referenciaba más como actor en series como Alias o Comando especial, entre otras intervenciones en largometrajes. Con los años además se convirtió en un productor prolífico y un director irregular con piezas como Batalla naval o Rundown. Pero en su rol de director, y luego de la buena recepción de la nombrada El sobreviviente, se animó a seguir la sociedad con Mark Wahlberg como estrella y a repetir la fórmula en Horizonte profundo, que narra el accidente catastrófico en una plataforma petrolera marítima y luego, dados los buenos resultados de crítica y público ahora repite la fórmula con Día del atentado, que resulta ser un tercer acierto. Para algunos, fuese intencional o no, ha completado una verdadera trilogía.
Es evidente que Peter Berg aprovecha lo mejor de los tres mundos en los que se involucra y conoce (producción, actuación y dirección), sin dejar de prestar atención a las preferencias del público lo cual lo convierte en un realizador idóneo y prolijo. Y lo que se ha convertido en un género tan favorito y recurrente como lo es el de “hechos basados en casos reales”, elegido por directores consagrados como el mismísimo Clint Eastwood, es también un estandarte que Berg levanta y se posiciona como uno de los que mejor lo lleva a cabo.
Día del atentado comienza narrando la historia de Tommy Saunders (Wahlberg), un policía con algunos problemas pasajeros de salud que complican su cobertura en la mítica maratón de Boston del día de los patriotas y que también pondrán en riesgo a su familia cuando dos hermanos fundamentalistas decidan atentar contra el público asistente al evento detonando dos bombas caseras.
Pero luego la historia va posándose alternativamente entre algunas de las víctimas, los mismos terroristas y hasta las autoridades involucradas, logrando que la narración por momentos se haga coral. De hecho el engaño mayor es que el personaje de Wahlberg sea una fusión entre varios de los héroes intervinientes en ese incidente, mientras que el resto son personajes fielmente retratados de sus homónimos reales, que luego aparecerán en los créditos en clips documentales, juego al que los realizadores adeptos de este género ya se han acostumbrado demasiado (basta con ver Sully o Hambre de poder entre otras para comprobarlo). Esta decisión de ser tan acotado en cada una de las historias personales, a pesar de la cantidad de involucrados y la duración moderada de la película, es acertada y habla de la pericia del director para condensar los diálogos y situaciones que por lo general, requieren de más desarrollo para la necesaria identificación con el espectador.
Pero la estrella real del film es la cámara, el movimiento y estética que por momentos nos hace creer que tenemos a Paul Greengrass manejándolas con su estilo de documentalista frenético que imprime acción agobiante y desbordada. Berg acierta una vez más con esto y logra que nos metamos en la piel de los involucrados y juguemos a seguir los pasos de los investigadores que quieren, necesitan y se ven obligados a encontrar a los culpables para lograr algo de paz en la ciudadanía.
La crudeza de las imágenes luego del atentado sigue la línea de El sobreviviente y se hace necesaria. Las participaciones de los carismáticos e imponentes John Goodman, Kevin Bacon y J.K.Simmons hacen memorable la historia, así como el inusual personaje de Melissa Benoist (Superchica) como la esposa fundamentalista de uno de los terroristas. Quizás pueda molestar un poco el nacionalismo exacerbado y el deseo de revancha explícito que reina en los últimos minutos, pero no podemos dejar de reconocer que es una respuesta natural del ciudadano medio norteamericano y la película no puede dejar de reflejarlo, sea como testimonio o como regodeo de ese sentimiento que muchos “patriotas” enorgullece. En el caso de Peter Berg, es mejor creer que su orgullo pase por lo solvente de su trabajo.
Día del atentado no es la mejor muestra de su género pero sí una película de referencia en cuanto a cómo un suceso real y contemporáneo puede ser recreado como entretenimiento sin resignar rigor histórico. Y que el verdadero atentado no sea morir de aburrimiento en la butaca.