Si por el título original (Patriots Day) y el tema (el atentado terrorista en la maratón de Boston en 2013) te imaginás una película patriotera de reivindicación la gran nación del norte, vas a llevarte una sorpresa con este largo film, nueva colaboración entre el director Peter Berg y el actor Mark Wahlberg -también productor- después de Horizonte profundo y El único sobreviviente. Claro que algo de eso hay, pero lo primero que sorprende aquí es lo bien y lo originalmente contada que está esta historia que el espectador ya conoce, durante el antes, el durante y el después de las bombas que dejaron tres muertos y casi trescientos heridos. Un relato que se presenta abierto, desde la líneas de varios personajes que tendrán distintos roles cuando pasa lo que pasa, y un policía local como protagonista, Wahlberg. Un ex alcohólico, con algunos problemas personales, al que envían como parte del equipo de seguridad apostado en la línea de llegada de la maratón. Los dos jóvenes terroristas también forman parte de ese fresco de personajes, en un armado de piezas que permite seguir en paralelo la carnicería que se prepara y que atrapa desde el minuto uno. La detallada secuencia del estallido de las bombas, con imágenes más crudas de lo esperable, y ciertamente poco sutiles, parece seguir la misma lógica, incluyendo la labor de los médicos de emergencias, los policías y la gente como parte de ese relato colectivo que se escribe como reacción al terror.
Pero la mayor parte de la película está dedicada a la cacería que vino después; un policial, entonces, antes que una evocación del atentado sobre el que además se evitan cargas políticas. El manejo de situación, entre las distintas autoridades locales y el FBI que llega a hacerse cargo, con Kevin Bacon a la cabeza, sucede entre las fuerzas de la ciudad de Boston que discursean acerca de la protección de sus calles y ciudadanos. En esa cacería hay una secuencia larga y notable de puro crescendo: desde el descubrimiento y rodeo en puntas de pie de un sospechoso hasta una verdadera batalla campal, en un suburbio de casas ajardinadas. El sistema, y el proceso, de busca y captura resulta fascinante en manos de Berg, cuando se trata nada más, y nada menos, que de gente capaz haciendo su trabajo policíaco. Que uno no pueda sacarle los ojos de encima es mérito de un director capaz de dosificar y ordenar su relato para que suene como una orquesta afinada, llevándonos de la nariz hasta el emotivo cierre. En ese último tramo están las mayores debilidades de la película, que pone en boca de sus protagonista largos discursos sobre el amor capaz de vencer al odio, y cosas por el estilo. Discursos innecesarios, porque la potencia del relato y la emoción de sus imágenes finales podían transmitir todo eso por sí solas y sin ayuda.