La ópera prima de César González es una fábula sobre los sectores menos visibles de nuestra sociedad. Diagnostico esperanza es una película que se clasifica dentro de lo ficcional, pero que por momentos revela un registro documental, no solo por el manejo de una cámara inquieta o desprolija, sino también por el uso de un dialecto propio de las clases más humildes, que incluso es subtitulado. El subtítulo es algo que generalmente se asocia con una lengua que, al ser desconocida, debe traducirse. En esta película, esa traducción cobra un significado especial porque puede ser entendida como un gesto o una declaración de principios: presuponer que una gran parte de los destinatarios no conocen o no tienen relación con ese lenguaje que se exhibe. Entonces, la lengua pasa a ser algo invisible, o desconocido, como el contexto de los protagonistas.
La trama central de Diagnóstico esperanza es la de un robo frustrado, pero la película se detiene más en la caracterización de los personajes para trazar sus historias particulares y, principalmente, sus frustraciones. Sin embargo, en general, González consigue sortear el lugar común de mostrar a los protagonistas como víctimas, o de presentarlos de una manera que genere empatía. De hecho, sucede lo contrario: algunas escenas y diálogos persiguen una crudeza tal que son bastante difíciles de ver, y, además, reenvían a esa veracidad documental que recorre toda la película.
En Diagnóstico esperanza todos están unidos por el deseo de consumo. Ni la extracción social, ni la ocupación de los personajes importan a la hora de mostrar cómo se sumergen en una carrera por tener; un par de zapatillas, un auto, unas buenas vacaciones, no importa qué, el objetivo es que sus bienes materiales los definan y hablen por ellos. El único personaje que escapa a esta dinámica es el chico que quiere ser cantante, que cuando su madre le dice que quiere comprarle zapatillas, le responde que prefiere un micrófono. No es casual que la película empiece y termine con él, primero deambulando solo por la villa y, al final, con un videoclip de una canción propia. El mensaje de esperanza no es tan complicado: tener deseos que transciendan lo material y tratar de concretarlos. Ahí es donde la ficción se cruza con la biografía del debutante director.