Convengamos que no es fácil abordar una biopic de la princesa Diana de Gales, un personaje popular, contradictorio y de múltiples aristas, y que encima se convirtió en una suerte de mito con su muerte temprana. El director alemán Oliver Hirschbiegel (“La caída”) asumió este desafío, centrándose en los últimos años de Diana, y poniendo en foco su apasionada pero problemática relación con un médico paquistaní, después de su separación del príncipe Carlos y antes de su mediático romance con Dodi Al-Fayed. Aunque este es apenas un recorte de la vida de la princesa, la película tiene aires de biopic que quiere abarcarlo todo, y al final no convence en ningún aspecto. La Diana de Hirschbiegel y del guionista Stephen Jeffreys no pasa de la niña rica con tristeza: asume el mismo gesto cuando se enamora, cuando se enoja, cuando encara campañas humanitarias o cuando intenta manipular a los paparazzi. Aquí los personajes son chatos, sin relieve dramático. Sólo parecen estallar en algunas escenas y el resto del tiempo son como títeres que te muestran el lado oscuro de la revista Caras. Hay algunos detalles pintorescos sobre la historia de amor que domina la película, pero la chispa del romance nunca termina de prender, en parte porque el director no se puede desprender de su mirada grave y estructurada sobre Diana. Además, algunas líneas de diálogo son imposibles. Cuando la princesa y su gran amor están mirando las noticias desde la cama y él dice sobre Tony Blair “él es el hombre que necesita este país” uno no puede tomárselo en serio. Tal vez el único acierto haya sido elegir a Naomi Watts como protagonista, aunque, en este contexto, su trabajo queda limitado a hacer una imitación correcta.