El amor de su vida
Resulta más sencillo contar qué no es Diana que lo que sí es. La película no cuenta la separación de Lady Di del príncipe Charles, su relación con sus hijos y con la corona británica, ni su romance con Dodi Fayed, aunque todo eso lo incluye con pinceladas. ¿De qué va entonces? Del verdadero amor de su vida.
Diana estuvo perdida, loca, apasionadamente enamorada de un cirujano paquistaní que trabajaba en Londres. Lo conoció luego de su separación del infiel Charles y antes de Fayed. Los encuentros con el millonario habrían sido, según la película y el libro en el que se basa, una pantalla y también una manera de desafío hacia Hasnet, el hombre que no sabía cómo hacer para amar a esta mujer pública que amaba todo el mundo.
Pero no es ése el ángulo desde el que Oliver Hirschbiegel enfoca la historia del “verdadero amor de Diana”, sino que, cómo perdérselo, pone la cámara del lado de Diana. Si la película es, en sí, toda, una historia de amor, qué mejor que tener como entera protagonista a la mujer que murió trágicamente, y que tenia el corazón más grande que el Palacio de Buckingham.
Hirschbiegel (La caída), sabiendo que trata una historia poco conocida, se permite sorpresas, incidencias como guiños (el médico ingresando a la residencia custodiada de la Princesa escondido en el auto; Diana disfrazada sorprendiendo en la puerta de su departamento a su amante, y así). Todo eso le garantiza la empatía, si acaso hiciera falta, del espectador/a con Diana.
El asunto es que Diana, la película, anda un poco floja de papeles. El guión no es sólido, y los papeles secundarios aportan poco y nada a una historia que, eminentemente, pasa por el corazón y no por otro sentido del público.
Naomi Watts trabaja los gestos, las posturas y hasta el acento, lo cual asombra pero no lleva más allá del comentario de qué buena personificación hace. La interpretación del personaje no depende aquí de ella, sino del guión.