LA CAMARA PERDIDA
El género de las biografías cinematográficas está viviendo un nuevo esplendor, tal vez el más grande de la historia del cine. El motivo seguramente es la falta de criterio de realizadores, críticos y espectadores para evaluar una obra de arte cuya conexión con la realidad no sea absolumente literal. El mercado, agradecido. Si los libros biográficos son best seller porque no habría de ocurrir algo parecido con los films del género biopic. Dentro de ese género, el Reino Unido ya ha construido un buen número de films. Entre los más destacados primero estuvo La reina (Oscar a mejor actriz para Helen Mirren) y La dama de hierro (Oscar a mejor actriz para Meryl Streep). Ahora ha llegado, de forma razonable si pensamos en término de mercado, Diana, film que retrata el período final de la vida de Lady Di, luego de su separación del Príncipe Carlos y hasta su muerte.
Como todo film de género, el biopic suele enfrentarse a varios problemas causado por los lugares comunes de esta clase de relatos. Un cliché estético un tanto insufrible es empezar la película por su final, un prólogo de los instantes previos al desenlace para luego retroceder en el tiempo y narrar cronológicamente hasta llegar al final a ese instante narrado en el prólogo. Debido a la muerte violenta de Lady Di, era de esperarse cierto pudor por parte del relato y se agradece que dicho pudor esté. No es mucho más lo que se puede agradecer, en particular al director, causante de mucho de los problemas que tiene la película.
El ejemplo más claro es la cámara que sigue a Diana y sus acompañantes y se detiene de forma absurda e injustificada cuando ella de pronto también lo hace y, peor aún, ¡retrocede! Delatando así su condición de cámara. Un plano espantoso y totalmente gratuito al que mejor no interpretar más allá de la torpeza visual. Pensar que ese recurso tiene un significado sería hundir aun más al film. Oliver Hirschbiegel, el director de origen alemán y realizador de La caída, no se conforma con ese plano horrible, sino que lo usa dos veces, al comienzo y al final de la película, cuando arma la misma escena con diferentes ángulos de cámara. Si con el mediocre relato sobre los últimos días de Hitler, Hirschbiegel impactó al mundo, aquí sus chances de dejar una marca se vuelven casi imposibles.
Diana es un film romántico por encima de casi cualquier otra cosa, pero en manos del director equivocado y con un guión que también suma problemas. Esta no es una película para conocer a Lady Di, esta es una película para que los que ya conozcan a Lady Di se acerquen a unos de los aspectos de su vida privada. La historia de amor imposible –en realidad no lo es tanto, y eso vuelve todo más triste- entre ella y un cirujano de origen paquistaní tiene muchas posibilidades pero el retrato chato y casi reidero que hace la película de él le quita toda fuerza al romance. Algunas líneas de diálogo son lamentables, tan simple como eso. Ni Naomi Watts, apenas afectada por la imitación, ese otro cliché del géner, logra imponer su natural carisma, ni la emoción de la historia consigue abrirse paso. Tan solo algunos instantes de emoción, algunos flashes del film que pudo ser que se asoman pero se terminan perdiendo entre todo lo mencionado. La mejor frase del film es un poema de Rumi, tal vez mal citado, pero igualmente emocionante. Ahí, justo al final, llega lo más interesante, aquello que tal vez Diana quiso retratar pero no pudo. “Somewhere between right and wrong there is a garden. I will meet you there.”