Buscando a una princesa
Diario de Ana y Mía es un documental que recoge el testimonio de cuatro mujeres que padecen trastornos alimenticios. El film busca construir un discurso que dé cuenta del papel que ha asumido Internet, como espacio de reunión y lugar de culto, entre las chicas que sufren estas enfermedades. Se denuncia la total libertad con la que se predica en la web la adoración del cuerpo enfermo y cómo se fomenta la entrega en cuerpo y alma, a alguna (o a las dos) de las princesas: Ana (anorexia) o Mía (bulimia).
A lo largo del film se nos muestra qué implica ser una princesa -que al parecer tiene más que ver con aceptar (y disfrutar) las condiciones de sufrimiento necesario para conseguir la perfección (haciendo honor a la famosa frase “para ser linda hay que sufrir”), que con alcanzar la meta de ser linda (lo que para ellas sería alcanzar un cuerpo de 35 kilos y perder toda la masa muscular posible)- desde las distintas imágenes de los chats y los blogs que pululan en la web, así como de primera mano, mediante el testimonio de Rocío, Fiorella, Carrie y Fabiana.
Ellas cuentan sus experiencias y reflexiones sobre la enfermedad que les aqueja y también las razones por las cuales se han acercado a esos lugares cibernéticos. Sus testimonios crean una dinámica que muestra las coincidencias que existen entre cuatro sujetos (que acá se constituyen en muestra) que forman parte de grupos sociales y ubicaciones geográficas totalmente diferentes. Se plantea así, un padecimiento que puede afectar a cualquier tipo de mujer.
Resulta interesante la intencionalidad de reconstruir el espacio de cada uno de estas chicas, con sus respectivas diferencias y con todas las contradicciones que implica atravesar un tormento de este tipo. Pero, a medida que avanza el film, la temática sobre los diarios virtuales empieza a perder su incidencia en la estructura general de la obra y las imágenes extraídas de estos blogs y chats, pasan a ser meros separadores de un bloque al otro, dejando en evidencia la linealidad de la exposición que empieza a delatarse como repetitiva.
Se está entonces ante un documental muy interesante (tanto por la temática como por el punto de vista que busca crear un testimonio coral), aunque la cotidianidad retratada se nota forzada en muchos momentos, como si hubiese un catálogo de acciones a mostrar. Se aprecia la intención de construir un universo cerrado, fragmentado y contradictorio, que si bien refleja el mundo interior de estas mujeres (y al que como espectadores obviamente no podemos acceder del todo), a la larga termina por convertir la propuesta en un planteo laxo y en un extremo poco comprometido.
La elección de que sean los sujetos quienes elijan qué quieren contar, sin que haya ningún tipo de cuestionamiento (aún cuando ellas mismas ya han confesado que recurren a esos espacios virtuales porque es el único lugar donde pueden ser honestas, pues sólo las princesas puede entenderte y aceptarte), ni por parte de la directora ni de otros sujetos que presenten otro tipo de perspectiva; más la fragmentación de las imágenes que muestran lo que se comenta en los chats (a la que tampoco podemos acceder en su totalidad), tienden a simplificar la búsqueda original, que era la de mostrar la incidencia de estos sitios virtuales en el desarrollo de estas enfermedades. Se construye y se muestra un mundo, pero no se lo termina de problematizar, ni formal ni estéticamente.