Amor por el cine En esta nueva película de Rosendo Ruiz, Tres D, la localidad cordobesa de Cosquín y su festival de cine son el telón de fondo para la historia de Mato, un joven realizador a quien contratan para filmar y entrevistar a los directores que asisten al encuentro cinematográfico, pequeña excusa que da pie para iniciar un relato que rápidamente se convierte en una profunda reflexión sobre el cine como disciplina y oficio. Lo que más impresiona sobre Tres D es la aparente sencillez y frescura con la que se construye un discurso que expresa una increíble preocupación por cómo pensamos y hacemos el cine en la actualidad. Las entrevistas son el puntapié para dar lugar a aquellos directores y críticos que producen al margen, protagonistas de un circuito off poco conocido y mostrado fuera del mundo de los festivales, entre los que se encuentran José Celestino Campusano, Germán Scelso y Nicolás Prividera. Junto con esta disertación -que pone a circular el film por el camino del documental- se desarrolla la historia de Mato, la cual no se pierde sino que crece, y Cosquín termina por convertirse en fondo y figura de una misma cosa: el lugar del amor, el amor por el cine.
Memoria e imposibilidad Avanti popolo es el primer largometraje de Michael Wahrmann, un film que muestra el reencuentro de André con su anciano padre en la vieja casa familiar, donde el tiempo parece haberse detenido. Como bien lo anuncia el inicio del film, con el desplazamiento de una cámara que busca un rumbo en medio de una ciudad oscura, la película planteará un recorrido. Se trata en este caso de reconstruir la imagen de un hermano desaparecido, repasando para ello la historia familiar a través de imágenes en Súper 8 y canciones que forman parte del imaginario revolucionario de los ´70. El relato se plantea en medio de una inmensa sencillez, centrado principalmente en el pequeño living de la casa que funciona como metáfora de la memoria de su padre: un lugar oscuro y deteriorado que ha sido fracturado por el dolor de la pérdida de un hijo a quien aún espera. Es allí donde André habla sobre su hermano, reproduce las películas y canciones, e intenta que su padre recupere ese espacio que ha sido obturado por el trauma del pasado. Pero ese espacio y esa historia que busca reconstruir la película no es únicamente el del universo personal. Sus imágenes de archivo y especialmente las canciones que utiliza expanden esta microhistoria a un discurso mucho más rico y complejo, en el que se subraya la imposibilidad de acceder al pasado, no sólo el individual sino también el colectivo. La banda de sonido seleccionada por el director, siempre diegética, establece un diálogo directo con la militancia de izquierda. Su mayor logro es plantearlo de una manera poco optimista y alejado de toda solemnidad, proponiendo así un lugar de cuestionamiento para una parte de la Historia, de la que mucho no se habla o que suele verse como heroica.
Paisajes y montajes indómitos En la Puna es un documental observacional que intenta retratar la vida los habitantes de un pequeño caserío de Pozuelos al norte de Argentina. Debo decir que sus logros son muchos: un memorable trabajo fotográfico así como una latente inquietud por parte de su director Lucas Riselli para plasmar en la pantalla la cotidianeidad que conforma la vida de este indómito espacio. De las muchas actividades que realizan los lugareños, Riselli se centra en una que marca una enorme distancia entre nosotros los citadinos y estos habitantes rurales, el culto a la muerte. Su película está llena de imágenes que plasman la organización de los velorios, los cánticos y ritos que conforman la celebración de los difuntos y encontramos en ellas la presencia de una otredad, tan lejana como incomprensible. Sin embargo, existe un obstáculo que nos impide acercarnos a comprender con mayor plenitud lo que el documental nos plantea, y nada tiene que ver con la distancia social, geográfica o cultural que nos separa de estas poblaciones, sino más bien con una cuestión del ritmo y la temporalidad con las que realiza el montaje de sus planos. El documental que se construye casi en su totalidad con tomas realizadas con cámara fija y planos generales, tiene una clara intención de colocarnos en una situación de contemplación: imponentes imágenes que son acompañadas en muchos casos únicamente por el sonido ambiente, plasmando con ello la magnificencia de un espacio en el que cualquier persona se sentiría minúscula e insignificante. No obstante, surge la complicación en tanto que la duración que le da a estas tomas y otras con las que enlaza las distintas situaciones, no alcanzan para realizar semejante actividad contemplativa, nos roba -por decirlo de alguna manera- el momento. El sacarnos de este estado, o pararnos frente a él y no dejarnos disfrutarlo despoja a sus imágenes de su sentido más profundo, nos aleja de la posibilidad de achicar por nuestros propios medios esa distancia que nos separa del otro, construyendo en su lugar una idea de “punidad” que no sabemos muy bien cuánto tiene que ver con la realidad. Es indudable que el director posee la confianza de los lugareños y que ha plasmado momentos hermosos que revelan las cualidades místicas que tiene este lugar (como la secuencia hacia el final de la pequeña llama que está muriendo), pero no le habría venido mal un poco más de espacio al espectador, para que encontrase a través del placer de la observación todo eso que de extraño y desconocido tiene esta región.
Una lucha por la identidad Nacidos vivos es el segundo documental de la directora Alejandra Perdomo, en el que analiza la problemática de la sustitución de identidad, enfocándose principalmente en casos de adopciones ilícitas que involucran métodos violentos como la extracción forzada y el tráfico de personas, con la anuencia de ciertas instituciones sociales. Los testimonios que construyen la temática rápidamente dejan al descubierto la responsabilidad social y política del Estado, especialmente en su incompetencia en hacer valer el derecho constitucional que tiene todo ciudadano argentino de saber su procedencia biológica y conocer la identidad de los padres. Resalta además la ineficacia de las leyes existentes para penalizar estos delitos (que en todos los casos incluyen la falsificación de documentos de identidad) o por lo menos prevenirlos. La cantidad de información que estos testimonios trasmiten resulta por momentos abrumadora, no sólo por la rigurosidad con que se exponen algunos datos, sino también por la cantidad de personas que se encuentran en esta condición. Sin embargo, la sensación que como espectadores experimentamos no es la de agobio sino que se crea en nosotros un gran interés por saber. Esto se debe en gran medida a que en Nacidos vivos los “expertos” en la materia son las víctimas. Sus propias palabras están llenas de una pericia que han tenido que forjar ante la inexistencia de organismos que canalicen los delitos. La otra gran fuente de información es Mercedes Yáñez, titular de la oficina de Derechos Humanos del Registro Civil porteño y la única cara visible del organismo público. Su figura, además de servir de nexo entre los testimoniantes a quienes ha ayudado y el Estado al cual representa, trasciende las fronteras de lo burocrático y se posiciona como un modelo ejemplar al que queremos seguir y escuchar. A ese gran hallazgo de la directora hay que sumarle, sin duda, el hecho de convertir el espacio testimonial del documental en lugar de contención, donde la historia individual -que como bien dice una de las testimoniantes nadie ha cuidado o preservado- encuentra un lugar de catarsis, en el que son reconocidas las penas y también los logros. Se otorga así un territorio de unificación visible a miles de personas que luchan día a día por saber quiénes son y de dónde vienen. Con esto Perdomo realiza un gesto que de alguna manera dignifica esta lucha, especialmente la de aquellos que enfrentan la imposibilidad de encontrar una respuesta a la pregunta existencial por el origen.
Del documental a la aventura Caminando con dinosaurios es una película inspirada en la exitosa serie de la BBC Walking with dinosaurus, lanzada al aire en 1999. Lo más interesante de esta miniserie (compuesta por seis capítulos), es que por primera vez se mostraba en televisión la vida de estos animales lejos de las ficciones cinematográficas, imponiéndoles más bien una impronta documental, donde se narraba al público las vicisitudes que estos animales podrían haber enfrentado en la vida real. La producción siempre fue asesorada por reconocidos paleontólogos y en cada capítulo se exponía gran cantidad de información, generando así un producto atractivo y también educativo. Toda esta introducción me resulta más que conveniente en tanto que la película en 3D no es más que uno de los tanto spin-off que surgieron de esta serie, y si bien mantiene una marcada tendencia a ser educativa, la premisa inicial es más bien ser un entretenimiento. Sin embargo, las salas de cine no parecen haberse percatado del hecho -o económicamente no les conviene darse cuenta- y continúan explotando una supuesta veta documental para promocionar el film. En Caminando con dinosaurios se narra (literalmente, pues estos dinosaurios no hablan) un relato. Si bien existe una continuidad con la serie, en tanto que la película mantiene la intención de ser didáctica (lo que se aprecia en la presentación de cada nueva especie que irrumpe en la historia, no como un personaje, sino dando cuenta de las características biológicas de las mismas), a medida que avanza se va abandonando la reconstrucción rigurosa a la que el programa de TV nos tenía acostumbrados. Aquí lo central es el proceso de crecimiento del paquirrinosaurio Patch -que junto a su simbiótico amigo el ave Alex, su hermano Malgesto y su enamorada Juni atraviesan Alaska una y otra vez- desde su días como bebé junto a sus padres hasta convertirse en jefe de la manada. Es una historia de formación (bildungsroman) en la que se muestra la evolución física, pero también moral y social del personaje. Es ese aspecto, esa inyección de (falsos) valores humanos es lo que resulta un poco extraño y hasta chocante, ya que el ecosistema natural que se presentaba al inicio rápidamente se va cargando de situaciones que en algunos momentos se tornan bastante cuestionables (como las referencias a la “sangre noble” de los padres de Patch y la celebrada venganza que éste lleva contra el gorgosaurus -que se describe casi como un peligroso estratega que “divide para triunfar”-). A pesar de esto, la aventura termina siendo bastante divertida, especialmente gracias a su narrador principal, Alex, que mientras aparece en escena, inserta grandes dosis de comicidad que logran contrarrestar las opa de (falsos) valores y experiencias “humanas” que vive el personaje de Patch.
Buscando a una princesa Diario de Ana y Mía es un documental que recoge el testimonio de cuatro mujeres que padecen trastornos alimenticios. El film busca construir un discurso que dé cuenta del papel que ha asumido Internet, como espacio de reunión y lugar de culto, entre las chicas que sufren estas enfermedades. Se denuncia la total libertad con la que se predica en la web la adoración del cuerpo enfermo y cómo se fomenta la entrega en cuerpo y alma, a alguna (o a las dos) de las princesas: Ana (anorexia) o Mía (bulimia). A lo largo del film se nos muestra qué implica ser una princesa -que al parecer tiene más que ver con aceptar (y disfrutar) las condiciones de sufrimiento necesario para conseguir la perfección (haciendo honor a la famosa frase “para ser linda hay que sufrir”), que con alcanzar la meta de ser linda (lo que para ellas sería alcanzar un cuerpo de 35 kilos y perder toda la masa muscular posible)- desde las distintas imágenes de los chats y los blogs que pululan en la web, así como de primera mano, mediante el testimonio de Rocío, Fiorella, Carrie y Fabiana. Ellas cuentan sus experiencias y reflexiones sobre la enfermedad que les aqueja y también las razones por las cuales se han acercado a esos lugares cibernéticos. Sus testimonios crean una dinámica que muestra las coincidencias que existen entre cuatro sujetos (que acá se constituyen en muestra) que forman parte de grupos sociales y ubicaciones geográficas totalmente diferentes. Se plantea así, un padecimiento que puede afectar a cualquier tipo de mujer. Resulta interesante la intencionalidad de reconstruir el espacio de cada uno de estas chicas, con sus respectivas diferencias y con todas las contradicciones que implica atravesar un tormento de este tipo. Pero, a medida que avanza el film, la temática sobre los diarios virtuales empieza a perder su incidencia en la estructura general de la obra y las imágenes extraídas de estos blogs y chats, pasan a ser meros separadores de un bloque al otro, dejando en evidencia la linealidad de la exposición que empieza a delatarse como repetitiva. Se está entonces ante un documental muy interesante (tanto por la temática como por el punto de vista que busca crear un testimonio coral), aunque la cotidianidad retratada se nota forzada en muchos momentos, como si hubiese un catálogo de acciones a mostrar. Se aprecia la intención de construir un universo cerrado, fragmentado y contradictorio, que si bien refleja el mundo interior de estas mujeres (y al que como espectadores obviamente no podemos acceder del todo), a la larga termina por convertir la propuesta en un planteo laxo y en un extremo poco comprometido. La elección de que sean los sujetos quienes elijan qué quieren contar, sin que haya ningún tipo de cuestionamiento (aún cuando ellas mismas ya han confesado que recurren a esos espacios virtuales porque es el único lugar donde pueden ser honestas, pues sólo las princesas puede entenderte y aceptarte), ni por parte de la directora ni de otros sujetos que presenten otro tipo de perspectiva; más la fragmentación de las imágenes que muestran lo que se comenta en los chats (a la que tampoco podemos acceder en su totalidad), tienden a simplificar la búsqueda original, que era la de mostrar la incidencia de estos sitios virtuales en el desarrollo de estas enfermedades. Se construye y se muestra un mundo, pero no se lo termina de problematizar, ni formal ni estéticamente.
Los actores como emblema La semana pasada mi compañero Mex Faliero se refería a la película La esencia del amor como una “comedia dramática con viejos envueltos en situaciones ridículas y extraordinarias, que de tan simpáticas podrían ser denunciadas por extorsión”. Ultimo viaje a Las Vegas bien podría amoldarse a esta clasificación de géneros de moda, pero cuenta con un valor agregado que es -para mí lo que la define y la hace soportable- su elenco, conformado por Robert De Niro, Kevin Kline, Morgan Freeman y Michael Douglas. Que la industria hollywoodense ha explotado como ninguna otra el “aura” de sus actores no es ninguna novedad y de hecho, en los últimos años existe una tendencia a la producción de películas hechas “a la medida” de grandes figuras (tanto en edad como en trayectoria). Entre estas, destacar Antes de partir (Rob Reiner, 2007), protagonizada por Morgan Freeman y Jack Nicholson; o más recientemente Tres tipos duros (Fisher Stevens, 2012), con Al Pacino, Christopher Walken y Alan Arkin. Sin embargo, lo que hace llamativo a Ultimo viaje a Las Vegas es que acá tiene más peso lo que estos actores simbolizan, que la historia que interpretan. Esta comedia dramática de viejos, pero famosos, explota lo que cada uno de estos figurantes sabe hacer mejor, lo que se podría considerar como “la marca actoral”. Así, De Niro (Paddy), es el tipo duro, que aunque se encuentra deprimido por la reciente muerte de su esposa, no deja nunca de mostrar ese aspecto de rudo que lo ha caracterizado siempre; Douglas (Billy) no puede ser otra cosa que el galán del grupo; para Kline (Sam) queda reservado el papel más picaresco muy en la onda de Los enredos de Wanda; y por supuesto, el siempre almighty Freeman (Archie), es el encargado de llamar a la reflexión al resto de los personajes, ubicando, por ende, a los espectadores ante el típico sermón aleccionador de sus interpretaciones. Lo que ocurre entonces es fácil de adivinar: la historia se diluye en una serie de hazañas que buscan remarcar los más preciado del talento de estos actores y la dinámica del film se apoya plenamente en ellos (o sería mejor decir, vagamente). Todo termina ganando fuerza gracias al “aura” de los intérpretes -incluso el exceso de diálogos minados de lugares comunes y chistes poco felices-, que acaban por ser los verdaderos personajes de la historia. Pero las estrellas, claro está, nunca envejecen (y tampoco mueren) y de allí que los problemas de la edad pasen a ser cosa del pasado. Es acá donde la película pierde su magia y empieza a ser un catálogo de falsos valores hacia la felicidad. Se pasa de un estado de senilidad a uno de adultez plena como por arte de magia. Los gerontes se vuelven adultos sanos y felices, que todo lo consiguen, pero sólo a costa de ser reconocidos como leyendas en una ciudad que como simples viejos nos los valoraba. Situación paradójica, en tanto que este “reconocimiento” lo alcanzan (plenamente en la gran fiesta que dan en la suite del hotel) mediante la apropiación de características que refieren no tanto al pasado de los personajes en el film, sino más bien a los personajes interpretados por estos actores a lo largo de sus carreras cinematográficas. Apelando de esta manera a todo el peso emblemático (todo aquello que los une a otras películas, la prueba -según el gran Serge Daney- de su pertenencia a la Historia del Cine) de los míticos actores, cosa que honestamente, no alcanza para hacer un buen film.