Thompson antes de la locura en Las Vegas
Hasta ahora, el mejor Hunter S. Thompson del cine no había sido Johnny Depp, sino el Bill Murray de «Where the bufalo roam» de Art Linson. Ya que el histrionismo del gran comediante de «Saturday night live» se prestaba naturalmente a los delirios propios del periodista experto en drogas y contracultura sin necesidad de exageraciones.
En cambio lo de Johnny Depp y Terry Gilliam en «Pánico y locura en Las Vegas» era poco más que una caricatura grotesca, casi sin matices, del personaje y su época.
Ahora Depp, muy bien dirigido por Bruce Robinson, se modera naturalmene al intepretar a un tal Kemp, contratado para escribir en un diario de Puerto Rico. El personaje no es otra cosa que un alter ego del Thompson prepsicodélico, que aún no había forjado su propio estilo periodístico-literario.
Aquí, además, tenemos una historia coherente que se va desarrollando paulatinamente de resaca en resaca desde el momento en el que el protagonista llega a la isla (de hecho el título local no tiene nada que ver con el argumento; el título original «Diarios del ron» es mucho más apropiado). Las contradicciones sociales entre paisajes hermosísimos, casas y hoteles magníficos y parajes desolados con gente que vive en la miseria más absoluta, junto con una propuesta de negocios totalmente ajenos al periodismo y más relacionados con actividades non sanctas, una fuerte amistad con un fotógrafo de «The News» (Michael Rispoli), la presencia de un personaje totalmente demente que procura ron sin refinar (Giovanni Ribisi en una composición antológica), más un amor que nunca logra consumarse del todo con una beldad que Kemp confunde con una sirena (una Amber Heard sin desperdicio) ayudan a moldear la personalidad de este escritor que aún no encuentra su voz propia, pero que terminará partiendo de Puerto Rico a punto de encontrarla.
La progresión de las situaciones permiten entender al personaje de Hunter S. Thompson mejor que en las otras dos películas ya mencionadas sobre el escritor. Todo esto con imágenes increíbles y escenas muy divertidas, muchas veces al borde de lo dramático, el delirio y la psicodelia (especialmente cuando los protagonistas descubren por primera vez el LSD), pero en general la película nunca se desmadra y permanece fiel a su idea de conseguir una comedia amable y divertida sobre un personaje que aún no era serio del todo, si es que alguna vez lo fue. La excelente actuación de Johnny Depp y las formidables imágenes del director Bruce Robinson (apoyado por la muy sólida fotografía de Dariusz Wolski) contribuyen a que todo esto sea posible y que la película realmente se disfrute.