Pánico y locura (pero no tanta) en Puerto Rico
Llamada originalmente The Rum Diary, Diario de un seductor no debe su título a la película en sí, sino al efecto que el protagonista, Johnny Depp, produce sobre buena parte de sus seguidoras. Si la costumbre se generaliza, la próxima de Matt Damon se llamará Casado con una argentina y alguna nueva con Al Pacino, El hombre que fue padrino. The Rum Diary confirma a Depp como albacea no oficial del escritor y periodista Hunter Thompson, inventor de esa forma de periodismo de aventura al que se dio el nombre de gonzo. Tras haber protagonizado Pánico y locura en Las Vegas, el otro yo de Tim Burton vuelve sobre la obra del ex colaborador de Rolling Stone, produciendo y protagonizando esta versión de su última novela. Que es, básicamente, una reescritura de aquélla, algo menos intoxicada, algo más amable, escrita también medio a los empujones.
Con el baúl lleno de químicos, el Thompson treintañero de Fear and Loathing in Las Vegas probaba hasta dónde resisten el velocímetro de un descapotable y el físico y cerebro propios. El de The Rum Diary, ya sesentón, recuerda con melancolía la resaca de tiempos postexceso. “Impresionante currículum”, piensa en voz alta el editor de un diarucho puertorriqueño (Richard Jenkins), a quien todavía no se le cayó el peluquín. Ya se le caerá. En gran medida inventado, el currículum de Paul Kemp (Depp) lo habilita para suceder, en la página de Horóscopos, al escriba anterior, muerto por violación en los andurriales de la isla. Novelista inédito, en dos semanas Kemp logra bajarse 186 botellitas del frigobar del hotel que el diario le pagó. Y eso que está tratando de dejar. Expulsado de su habitación, irá a compartir el sucucho donde viven el fotógrafo Sala (el gran Michael Rispoli) y Moberg (Giovanni Ribisi), un sueco que se pasa el día en batón, destilando ron y escuchando discursos de Hitler en vinilo. Al mismo tiempo, Kemp traba contacto con un grupo de poderosos inversores macartos que lo necesitan como jefe de prensa para “vender” un negocio sucio. Son los primeros ’60, Kennedy pelea las elecciones con Nixon y Cuba y la URSS están más cerca que nunca.
Armada de a pedazos, algunas zonas de The Rum Diary funcionan mejor que otras. Lo que mejor funciona es el costado antigringo, visto del lado gringo. Recién llegado, Kemp atraviesa, como el Mel Gibson de El año que vivimos en peligro, manifestaciones que no llega a comprender. Dos escenas largas y poderosas: en una, Kemp y Sala pretenden que los atiendan en el bar Cabrones, perdido en medio de la selva, y salvan el pellejo raspando; en la otra, el corrupto business man de Aaron Eckhart tiene que bancarse, en un bailongo, que los morochos le desnuden a su borrachísima chica (la muy convincente Amber Heard), sin que ella se resista precisamente. Algo así como Bajo el volcán desdramatizada, si alguien entiende el tono que The Rum Diary debe tener es Depp, que compone a la perfección un Jack Sparrow en tren de recuperación. Derivativa, sobreextendida e inconclusa, vista como picaresca sin pretensiones The Rum Diary es indudablemente placentera.