Perdidos en Puerto Rico
El film de Bruce Robinson necesita una figura como la de Johnny Depp para sostener las casi dos horas de duración. En su intento por ser una comedia con contenido ideológico, logra algunas escenas interesantes aunque sólo actoralmente. Aquellas partes más banales, de corte humorístico, fallan. El argumento es inconsistente y se parece más a un film de borrachos que a una comedia.
Durante los años 60, Paul Kemp (Johnny Depp), un novelista alcohólico, viaja a San Juan, Puerto Rico, para trabajar como periodista en un diario local. Allí se hará amigo de Sala (Michael Rispoli), fotógrafo del periódico, quien le cuenta que el diario está punto de ser desmantelado. Por su parte, el editor, Lotterman (Richard Jenkins), desalienta su pretensión de periodismo serio para vender el “sueño americano”. Mientras tanto, conoce a Sanderson (Aaron Eckhart) un empresario norteamericano quien lo seduce a entrar en un turbio negocio para construir hoteles en islas vírgenes. Paul querrá actuar frente a la injusticia, si bien su alcoholismo y las mujeres serán su mayor problema.
La comedia es un género que le sienta más que cómodo a Johnny Depp. Películas como Ed Wood (1994), o Charlie y la fábrica de chocolate (Charly and the Chocolate Factory, 2005) son pruebas fehacientes de ello. Pero lógicamente que los buenos guiones (y principalmente una buena dirección) ayudan, y, en este caso, el mayor mérito es del actor. Por tal razón, es un gran acierto su compañero de aventuras en esta película: Michael Rispoli. La pareja consigue las escenas más risibles de la película, aunque el director haga abuso de su estado de borrachera en la mayoría de las escenas. Y, si bien el alcohol es parte de un estado de situación social que se pretende recrear, esto no resulta tan claro en el film, y así se termina banalizando (y aburriendo).
Por otro lado, el director no se priva se incluir el ingrediente infaltable de cualquier comedia: la historia de amor entre Paul y la sexy novia de Sanderson, Chenault (Amber Heard). Pero su inclusión parece más una distracción visual que una línea argumental relevante. Se suma a esto que las situaciones graciosas o disparatadas, incluso con algunos gags, no consiguen que el film gire hacia un costado más humorístico. Los actores parecen estar solos sin ninguna ayuda, quedando en ellos el peso de la comedia.
A pesar de que en su publicidad no lo parece, este film no tiene un contenido meramente pasatista, pues denuncia abusos económicos y políticos en Puerto Rico. Si bien lo hace situándolo en una época pasada, el planteo no queda desactualizado en el presente. Con esta intención ideológica, Diario de un seductor (The Rum Diary, 2011) se convierte en un híbrido. Porque a pesar de tener buenos actores y una producción de calidad, no consigue en ningún momento un argumento sólido. Y, ciertamente, le sobran unos cuantos minutos.