El vengador anónimo
Si se vaciara a Días de ira (Law Abiding Citizen, 2009) de todo su ideología ultra conservadora, de su moralina más recalcitrante, de sus odas al sistema judicial norteamericano y a leyes como forma única e incuestionable de justicia terrenal, recién entonces podríamos disfrutar de un thriller apenas bien construido y correctamente narrado.
Clyde Shelton (Gerard Butler, también productor) es el padre modélico del american way of dream: un buen auto aparcado en un coqueto garaje, una bella esposa y una pequeña hija que disfruta mientras se relaja en su casa. Pero en un pestañeo todo se esfuma. Dos ladrones ingresan más deseosos de satisfacer su libido y apetito asesino que de cargarse objetos de valor. Viudo y sin hija, resignado a ver cómo el fiscal Nick Rice (Jamie Foxx) negocia la libertad de uno de los asaltantes, Clyde espera a que éste salga en libertad para perpetrar su ansiada revancha que no abarca sólo a los asesinos. Está desencantado con la totalidad del poder judicial, y se va a encargar de demostrarlo.
El relato funciona hasta que se exacerba la presencia no corpórea de las mujeres de Shelton. Esa sobrejustificación del hecho violento (en la última media hora mira la foto de su familia no menos de 4 veces), la constante puesta de esos actos en el marco de la revancha, le quitan potencia a un malvado que se desvanece con el correr del metraje. Tampoco es casual la utilización de la palabra “malvado”. El director F. Gary Gray lo coloca en ese pedestal adoptando el punto de vista de Rice, el hombre de las leyes, aquel que no duda en relegar a su hija cuando de impartir justicia se trata, que deja libre a un asesino en pos de una negociación vaciada de ética, pero apegada a la fría e injusta Justicia. La moral brilla por su ausencia cuando la bondad o maldad es proporcional al apego a las leyes.
Ese rectitud la ubica en las antípodas con El Vengador Anónimo (Death Wish, 1974), aquel clásico que inmortalizó a Charles Bronson como un justiciero por mano propia dispuesto a todo cuando de vengar a su hija y esposa se trata. Mientras que allí el sistema termina funcionando mejor gracias al impiadoso Paul Kersey, mérito que le permite evadir la vida carcelaria; aquí la Justicia está por sobre Shelton: no hay inteligencia ni logística que valga, el brazo de la ley es largo y siempre lo alcanza. Aquella era pura trasgresión, una película peligrosa y fascista, quizá síntoma de sociedad embriagada del desencanto post-Vietnam, esa guerra donde el Estado jamás brindó soluciones. Esta es tranquilizadora y demasiado conservadora, una palabra de aliento para la actualidad bélica.
No es extraño pensar que un relato que ensalza el sistema estatal se convierta en un éxito de taquilla norteamericana. Días de ira se estrenó allí en octubre y recaudó más de 70 millones de dólares, un negocio redondo para una producción cuyo costo no superó los 20 millones.