Cómo hacer todo, pero todo, mal
Días de ira produce un extraño deseo en el espectador: que a la media hora de proyección el celuloide se autodestruya, como sucedía con las instrucciones que le impartían al capo de Misión imposible. Así de canalla es este film de F. Gary Gray, que no sólo le falta al cine desde (casi) todos los rubros posibles sino que también carga consigo una ideología deplorable, además de varias ideas sobre la justicia equivocadas por donde se las mire.
Un hombre (Gerard Butler, actor con minúsculas) es testigo de cómo un criminal despiadado –que asalta su casa junto a un cómplice menos violento que él– asesina a su esposa y su hijita. Por fallas en la instrucción policial, entre otras cosas que tienen que ver con el debido proceso, el ayudante del fiscal de distrito (Jamie Foxx) debe hacer un trato con el autor material del hecho, que perjudica a su compinche en beneficio propio ganando así la posibilidad de quedar libre a los pocos años. Cosa que efectivamente sucede, despertando las iras de este buen hombre, que empieza a ejecutar una venganza no sólo contra el asesino de su familia sino también contra los miembros del sistema que lo benefició, sin hacer distinción de categorías ni medir grados de responsabilidad. Lo que sigue es una horrible apelación a la justicia por mano propia –muy descriptiva y a troche y moche–, envuelta en un guión fatal, propio de un (mal) estudiante de cine, al que no le va en zaga el pobrísimo desempeño del director Gray. Si no invitara a la indignación furiosa, Días de ira, con sus fallas en el verosímil, sus actuaciones de cartón y su pobreza formal y conceptual, hasta causaría gracia.