“¿Qué hiciste para estar acá?”, le pregunta el compañero de celda a Clyde Shelton, el personaje que encarna Gerard Butler en “Días de ira”. “Lo que tenía que hacer”, le responde, lacónico. Esto es: hacer justicia por mano propia.
En “Días de ira” la acción comienza cuando Shelton comprueba que la Justicia en la que siempre confió lo traiciona y deja libre a uno de los delincuentes que violó y mató a su mujer y a su pequeña hija enfrente suyo.
El otro criminal es condenado a muerte después de que el autor material decide colaborar y declarar en contra de su cómplice para salvarse de la pena de muerte.
La película se propone como un desafío, aunque el director esquiva cierta lógica en los procedimientos que le permiten a Shelton ejecutar desde la cárcel sus propios crímenes. El hombre la emprende contra los integrantes “del sistema” que consiente que un asesino quede en libertad y lo hace con suspenso sostenido y un guión efectivo.
El desafío sucede cuando opone lo políticamente correcto a la necesidad de justicia (“no es venganza, es una lección”, dice Shelton sobre sus acciones); aquella necesidad a la polémica por la pena de muerte y la falibilidad de la justicia, y la posibilidad de que enfrentar con violencia a la violencia puede empeorar lo que ya está mal.