La ley de la incoherencia. Hay dos formas de hacer un film de acción clase B.
La primera, siendo conciente de lo que estás haciendo y virar hacia lo bizarro, exagerado, inverosímil, pero tomarlo como estética, como parte del chiste del “vale todo”. Dando a entender al público que tu intención es hacer pasar un momento entretenido, sin demasiadas pretensiones y nada más. Pongamos como ejemplo a Robert Rodríguez, sin duda el mejor ejemplo contemporáneo en el tema; Roland Emmerich, el descendiente del cine catástrofe… Incluiría a Tarantino, pero, ya va más allá de lo bizarro, traspasa la barrera del cine de culto y ya se convierte en un director “importante” de la industria.
Las películas de John Woo, por ejemplo, son estilísticas, tienen un lirismo y un sentido personal del ritmo. Son poesía y acrobacia pura. No importa cuan malo sean los guiones. John Woo es arte y se le debe perdonar hasta Operación Cacería.
Pero están los que se creen que están haciendo algo más que una película de acción clase B. Los pretenciosos que realmente creen que con su película van a causar polémica, y que lo que hacen, con cero inspiración o pretensión artística y autoral, va a resultar un éxito. Son directores que hacen películas que fácilmente se confunden en estilos y narraciones con otras. Algunas de estas películas de acción, terminan siendo efectivos entretenimientos, porque más allá de los estereotipos, logran ser creíbles, verosímiles dentro del universo creado. Otras nunca deberían haberse hecho.
F. Gary Gray ha entrado en el mercado de los directores invisibles. Bien uno podría confundirse a esta altura a Gray con Andrew Davies. Nadie niega que ambos tuvieron en su momento, un par de películas de acción y suspenso efectivas. ¿Pero se los puede acaso diferenciar en estilos, temáticas o rasgos personales.? No.
Gray hace viene tiempo errándola. Su última película Be Cool, la “segunda parte” de El Nombre del Juego era una comedia sin humor, lugares comunes tras lugares comunes, golpes de efectos mil veces visto…
Se puede perdonar, anteriormente, dos thrillers apenas entretenidos e interesante como El Mediador y La Estafa Maestra.
Pero Días de Ira se trata sin duda del peor paso en falso de este, en algún momento, prometedor director.
Clyde (Butler) tiene esposa e hija. Es inventor. Una noche le golpean a la puerta, él atiende y dos hombres entran, lo atan, lo apuñalan a él y la esposa, uno de ellos, la viola. Después, mata a la hija frente a los ojos de Clyde. Tiempo después, no se sabe ni importa como, ambos criminales son enjuiciados: el implacable fiscal Nick Rice (Foxx) hace un trato: uno de los asesino confiesa e inculpa al otro: el primero (el más cruel) es condenado a 5 años, mientras que el otro, tendrá la pena de muerte. Clyde quiere justicia equitativa. 10 años después ejecutará una oleada de venganza que empezará con los asesinos y tendrá como objetivo hacer caer todo el poder jurídico de Estados Unidos, especialmente contra Nick, quien se convirtió en el Fiscal de Filadelfia, y va a tratar de seguir el juego de Clyde e impedir que siga matando para vengarse de la “justicia”.
Planteada como una suerte de película de Steven Seagal combinada con la saga de Bourne y algo de la serie La Gran Estafa, la película busca ser un thriller convencional con película de venganza con drama jurídico y sale perdiendo en cada área.
El problema en principio no parte directamente de Gray, quien logra impostar cierto suspenso en momentos claves de la historia, pero sí del guión. Más allá de tener los mil y un lugares comunes, clisés, estereotipos, diálogos obvios pretenciosos y grandilocuentes (solo falta que Clyde diga: ¡Esto es Esparta!), los típicos juegos de “¿quién es el asesino?” (que tanto odiaba Hitchcock), situaciones previsibles, correcciones políticas, etc, etc, etc, la película es completamente inverosímil en su estructura y linealidad. Los personajes están realmente pobremente escritos, no hay complejidad de ningún tipo. Los cambios en los personajes son abruptos, ininteligibles, y lo peor, es que pretenden que el espectador se crea cada estupidez que va sucediendo.
Acá el guionista Wimmer subestima la inteligencia de los personajes, del espectador y del pobre actor que hizo el esfuerzo por hacer creíble un guión que no tiene pies ni cabeza y se contradice constantemente en el mensaje.
Si en algún momento, me parecía que la película podía dejarse ver, al menos como mero entretenimiento por cable, en el final con dos vueltas de tuerca, que pretenden provocar sorpresa en el espectador, terminan por confundir por la incoherencia temporal típica de los cánones del peor cine hollywoodense. No se puede pedir explicación a semejante final, a no ser que en diez años vivamos en el planeta Vulcano.
Días de Ira (título que ayuda a confundir más al espectador desprevenido) se enrosca en una serie de subtramas que nunca terminan de congeniar, personajes secundarios que quedan dejados al margen incomprensiblemente (como el detective que interpreta el gran actor irlandés Colm Meany, totalmente desaprovechado), complots político risibles, explosiones, escenas de mutilación…
¿De que estamos hablando? ¿El Juego del Miedo con novela de John Grisham y El Vengador Anónimo? Al menos, Gray se mantiene fiel a una estética noventosa y no sobrecarga la pantalla de efectos visuales videocliperos o publicitarios a lo Tony Scott o Michael Bay.
Pero si hubiese detrás de cámara un director que no se tomara muy en serio su rol, la historia que debe plasmar en pantalla, y tuviéramos delante a un dúo actoral con mística y química, podríamos decir que al menos nos divertimos. Pero F. Gary Gray pareciera creer que realmente está haciendo la remake de Pecados Capitales. Es cierto, que la película comparte puntos en común con El Mediador (hacer justicia desde medios poco ortodoxos) pero en ésta, la tensión no era interrumpida por giros tan inverosímiles; Samuel L. Jackson y Kevin Spacey creían en sus personajes.
Gerard Butler, en cambio demuestra nuevamente que quiere seguir los pasos de Stallone o Seagal (no tiene carisma ni para la comedia, aunque lo intenta) como (anti)héroe del cine de acción, pero ni siquiera llega a ellos. Y obviamente, está muy lejos de un Charlie Bronson. Foxx es un desconocido. Tras interesantes interpretaciones en Ray, Colateral o El Solista, hace traspié con un personaje que no entiende desde los primeros minutos, y termina siendo demasiado contradictorio al final.
Terminada la función, más que Días de Ira, tuve Un Día de Furia. Pero, ¿Por qué preocuparse tanto? al fin y al cabo es otra mediocre película de Hollywood, como habré visto, y veré tantas en mi vida.