Otra cálida mirada de Sorín a las historias mínimas de las vivencias humanas
Para los que nos gusta el cine clásico, el hecho que Carlos Sorín esté filmando ya supone un interés previo que genera expectativa. Un poco como les sucede a los fanáticos de la Saga Crepúsculo (2008-2012 QEPD), sólo que a mi no me da para ponerme una máscara de Alejandro Awada en la cola del cine. Será que todavía creo que una película me debe contar una historia y tener un armado coherente al hacerlo. Sencillo.
Así es la obra de Sorín. Simple y bien hecha, pero ojo, no es fácil trazar bocetos humanos. No puede hacerse sin una profunda capacidad de observación de la gente y sus conflictos. En este caso, desde aquella genial “La película del Rey” (1985), vemos en este realizador una progresiva minimalización de sus personajes. Cercana a la perfección tanto en términos de construcción cinematográfica, como en el rubro actuaciones.
Solemos ver poco cine que aborda estos retratos de manera tan minuciosa. Un ejemplo de este año podría ser “El extraño Sr. Horten” (2010), donde Bent Hammer también utiliza una gran actuación que se adueña de las situaciones, los sonidos, y sobre todo los silencios del texto cinematográfico.
En una gran primera escena nos damos cuenta de que Marco (Alejandro Awada) llegó de Buenos Aires con la intención de salir del paisaje urbano. Ese que lo sumió en el alcohol, lo rescató, y ahora ofrece un escapismo a un paisaje nuevo para él. Gran detalle del guión: el trayecto ya está comenzado. Cientos de kilómetros se instalan en el inconsciente del espectador. Aquellos que viajaron muchas horas en soledad podrán dar cuenta de todo lo que se acumula en la mente cuando esto sucede. Marco empezó hace mucho el viaje a lo desconocido (en todo aspecto), con lo cual deberá congeniar si quiere conseguir el objetivo de volver a ver a su hija luego de varios años de silencio.
Así comienza a cruzar su camino con personajes por los que parece bien dispuesto a dejarse llevar. Como si de alguna manera necesitara codearse con el costado más humano de la gente. Ese costado que quizás él mismo dejó de registrar. Ahora ve el mundo y a las personas desde otro lugar en su adultez.
Sobrio, y por las dudas con barreras autoimpuestas para no perder el motivo principal: encontrar y solidificar los lazos perdidos.
La sensación es que el título bien podría ser parte de una frase que él mismo se propuso: "Me voy unos..." aunque esto no ocurra (u ocurra a medias), porque en definitiva el viaje introspectivo ya consumado se exterioriza en la ruta y así es como se nos presenta. Tenemos mucho por descubrir en este tipo.
“Días de pesca” no sería lo mismo sin el estupendo trabajo de Alejandro Awada. En su impronta y en sus gestos, magistralmente registrados por la cámara, es donde logra transmitir una conexión con la circunstancia de su personaje y con la vida real per sé. Cada gesto, por mínimo que sea, refleja estados de ánimo, genera climas y sobre todo sirven de pilar fundamental para contar lo que le pasa y anticipar lo que se viene.
La elección de los no-actores por parte del director es acertadísima. Mochileros, instructor de pesca, entrenador de boxeo... Gente. A través de la filmografía de Sorín conocemos eso. Gente. Eventuales amigos o conocidos que hacemos en una reunión, en un bar o en el trabajo.
Probablemente en cada uno de nosotros exista una historia para contar. Este gran realizador elige algunas y las cuenta llegando a una profundidad inusual en cualquier arte, apelando a su honestidad y rodeándose de grandes talentos como el del actor principal, la brillante participación de Victoria Almeida como la hija, y por supuesto de un director de fotografía que está varios escalones arriba de lo habitual; una dirección de arte realmente ocupada en que la Patagonia sea un personaje más (no fotos de postal): y, en este caso, una banda de sonido puesta en la dosis justa como para que uno quiera escuchar más. La melodía principal es la que se silba a la salida del cine y claramente identifica a “Días de pesca”.
Las historias que vemos y escuchamos a lo largo de nuestra vida pueden llegarnos al corazón o pasarnos desapercibidas. En esto todo depende de cada espectador y su predisposición a abrirse con los sentidos. Desde la pantalla está todo bien hecho. Ahora falta usted.