La Costa es de quienes la trabajan
Algunos trabajamos todo el año esperando estos dos primeros meses para poder tomarnos unas vacaciones y escapar a algún lado. La tradición local nos indica que La Costa bonaerense es una referencia ineludible.
Por el contrario, para otros es la oportunidad ideal para conseguir el dinero que no pudieron reunir durante el año o hacerse de unos ingresos extras. En palabras limpias, poder trabajar ofreciéndole espectáculos o mercancías a los que están vacacionando.
Como una contracara de aquel mítico Balnearios de Mariano Llinás, la tercera película y primer documental de Pablo Stigliani, Días de temporada, nos habla de los trabajadores de las vacaciones en La Costa, más precisamente, en Santa Teresita.
Mientras que nosotros llegamos al hotel o a la casa de veraneo con todos nuestros bártulos y de inmediato nos desprendemos de cualquier obligación con el solo pensamiento de tomar sol, zambullirnos en el mar y que nos quede resto para a la noche ir al teatro o a caminar por la peatonal; los casos que presenta Stigliani en Días de temporada se preparan para atacar nuestras billeteras que estarán más propensas a un consumo casual. Soleros, lentes de sol, pulseras, helados, churros, pochoclos, espectáculos callejeros, obras de varieté autosustentadas y/o a la gorra; de todo nos ofrecen y accedemos. La intención de Días de temporada será que, a través de pequeñas viñetas, conozcamos a las personas detrás de estos vendedores y/o artistas.
Yo vengo a ofrecer mi corazón
Días de temporada presenta seis historias, las de Bamba, Ale y Eli, Gitano, Peter, Aye y Valen, y Lola. El común denominador es lo que dijimos, todos fueron ese enero de 2018 a Santa Teresita para trabajar. Así también, sus historias van desde la mañana hasta la noche, abarcando la duración de un día y por supuesto, el foco principal está puesto en el horario laboral, pero no será lo único; veremos también su entono personal.
La mirada del director elige no solo no aparecer en cámara, además, no hace uso de recursos narrativos evidentes. Las historias se cuentan solas, Stigliani presenta un día de rutina, no hay voz en off, entrevistas ni miradas a cámara. Todos actúan como si nadie estuviese del otro lado.
Bamba es un inmigrante africano, reside en un departamento muy chiquito compartido, vende anteojos de sol y parlantes portátiles en la playa. Tiene una pareja argentina con un hijo en Buenos Aires que tiene pensado ir a visitarlo, pero espera la oportunidad de poder comprar pasajes económicos.
Ale y Eli son un matrimonio. Él trabaja amasando toda la medianoche, y durante el día salen a vender churros a los veraneantes. Al llegar la noche, tendrán su oportunidad como pareja para disfrutar de un tiempo en compañía en la peatonal.
El Gitano es un imitador de Sandro full time, en la playa y a la noche en la peatonal. Le pone énfasis a la seducción de las espectadoras y se produce para eso.
Peter es un nene que, durante el día se prepara para rendir un examen de Ciencias Naturales con su madre y por la noche saca el disfraz de Spider-Man para subirse al trencito de la alegría. Apenas tendrá algo de tiempo para pelotear en el frente de su casa.
Aye está en La Costa para vender pochoclos junto a una socia a orillas del mar. Todo lo hace por su hijo bebé, Valen.
Lola es una artista de varieté en un espectáculo de transformismo. Mientras llega la noche comienza a producirse y ya cerca de la medianoche, recorrerá la peatonal promocionando junto a sus compañeras el espectáculo para toda la familia, desplegando el carisma y desparpajo necesario.
No son grandes historias movilizantes. Seamos sinceros: ni siquiera son trascendentes. Son historias humanas, pequeñas, de rutinas, que terminan diciendo más de lo que parece.
Al calor de la vida
A diferencia de Balnearios, Stigliani no solo posa su mirada en los que trabajan, sino que mantiene una mirada ausente. No hay humor ni refuerzo dramático, nada. Si la sensibilidad se trasluce es por ese ojo en saber qué elegir, en qué hacer foco. Las historias, cuadros, momentos; de alguna forma hablan de la soledad, del esfuerzo, del compromiso, de sueños, de encontrar los momentos de distensión en medio de las obligaciones, de las pasiones, y por supuesto, del amor.
El director nos muestra que ese período vacacional es como una cápsula particular perdida en una serie de costumbres y tradiciones propias. Tanto para los que veranean como para quienes trabajan. La vida es distinta a la de cualquier otro momento del año y a la de cualquier otra zona. Un tiempo detenido entre quienes solo quieren descansar y los que buscarán hacer placentero, cada uno a su manera, ese momento de relajación.
Había demostrado solvencia como apacible narrador en sus dos films anteriores (Bolishopping y Mario on Tour), con una mirada puesta en la humanidad de sus personajes y el foco en las relaciones más personales. En su paso al documental, la mirada no varió, si algún momento resulta risueño es por las mismas personas delante de la cámara; para nada hay una intención burlona o sarcástica.
Días de temporada es un documental sencillo, concreto y profundamente humano. Pablo Stigliani se consolida como un realizador que sabe cómo capturar los momentos adecuados para que sus personajes, ficcionales o “reales”, hablen por sí solos contando lo más identificable de sus rutinas. Con pocos elementos, en su simpleza, es mucho más que una curiosidad.