Divertida comedia coral
Que tiene mucho de sitcom; que los diálogos le deben bastante al espíritu del stand-up; que las referencias a Diner, de Barry Levinson, y a Alta fidelidad, de Stephen Frears, son insoslayables; que las citas musicales (los Beatles, Yoko Ono) son un poco obvias; que es una suerte de Todos contra Juan ampliada a la pantalla grande.
A Días de vinilo, es cierto, se le podrán cuestionar diversos aspectos con mayor o menor minuciosidad dependiendo de gustos, sensibilidades, exigencias y conocimientos previos por parte de cada espectador, pero lo que no se podrá decir del guionista y director Gabriel Nesci es que su ópera prima no sea divertida y entretenida.
Si uno regresa a los modelos del cine y la televisión estadounidenses se podrán encontrar varios antecedentes, pero ¿hace cuánto que en la Argentina no se estrena una buena comedia coral (y, por qué no, con algo de retrato generacional)? Porque Días de vinilo es eso: la historia de cuatro amigos que rondan los 40 años y siguen demasiado pegados a sus conflictos adolescentes (léase miedo a comprometerse, a pegar el salto a una madurez, a una adultez que los aterra).
La película de Nesci es, quedó dicho, una comedia de situaciones, pero sobre todo de relaciones -muchas veces disfuncionales- con las mujeres. El amor por la música los juntó de niños, la frustración profesional los unifica y, definitivamente, los conflictos con el sexo opuesto no les permiten salir de ese pequeño círculo en el que se mueven.
Hay un músico frustrado que trabaja vendiendo parcelas en un cementerio y que está a punto de casarse (Rafael Spregelburd); hay un guionista y director que vive bajo el fantasma de una primera película y de una amor frustrado (Gastón Pauls); hay un locutor enfermo de celos ante una novia cantante demasiado expansiva (Fernán Mirás), y hay un muchacho que acarrea traumas varios de la infancia y que no logra trascender con su banda tributo a los Beatles (Ignacio Toselli). Y están, claro, las mujeres (Maricel Álvarez, Inés Efrón, Carolina Peleritti, Emilia Attias), un poco más desdibujadas o estereotipadas que los personajes masculinos.
Días de vinilo está escrita, filmada y actuada con indudable profesionalismo, con una pericia que no abunda en el cine argentino. Nesci logra que sus escenas fluyan, que los diálogos jamás hieran los oídos y hasta es capaz de conseguir momentos brillantes de Mirás (sobre todo cuando pierde la audición) o en las apariciones autoparódicas de un cada vez más desenvuelto Leonardo Sbaraglia.
En Días de vinilo hay algunos rasgos nostálgicos, un tono retro tan en boga entre aquellos que vivieron su adolescencia durante los años 80 (otra marca generacional). Hay, también, una exposición de las contradicciones entre esa lealtad propia de la camaradería masculina y las inevitables tentaciones; un universo en el que conviven las neurosis a-la-Woody Allen con un espíritu romántico más naíf puesto sobre todo en el personaje de Efrón. Puede que en las referencias apuntadas que sirvieron de inspiración y en las distintas estructuras narrativas se le noten a Días de vinilo ciertas "costuras", pero si uno deja de exigirle a un producto nacional que sea siempre original y brillante, este film de Nesci nos invita al más genuino y puro de los disfrutes.