Amigos son los amigos
¿Vieron Diner, una película de Barry Levinson de principios de los años ’80? Si no lo hicieron, búsquenla y véanla. Es la historia de cinco amigos que se juntan a partir de la boda de uno de ellos. Cada uno tiene su particular obsesión y universo, pero ninguno puede entender nunca el misterio más grande de todos: las mujeres.
Diner -con los entonces jovencísimos Mickey Rourke y Kevin Bacon, entre otros- estableció una suerte de amplia y generosa fórmula que sigue existiendo hasta hoy. Digamos, más bien, que esa fórmula hoy está en su apogeo con tantas comedias “brománticas” (de “amor entre amigos”) y la persistente y ya un poco agotadora figura del hombre que se rehúsa a crecer.
Tomando esa referencia modélica y sumando una más obvia como Alta fidelidad, Gabriel Nesci dirigió Días de vinilo, una comedia sobre cuatro amigos fanáticos de la música que se enfrentan con sus propios miedos y obsesiones cuando uno de ellos toma la decisión de casarse.
Hay algo que la separa de las anteriores películas y es acaso lo único preocupante de esta bastante divertida y por momentos muy ingeniosa comedia: los personajes (los actores también) han superado los 40 años y siguen actuando como si el tiempo no hubiera pasado, cuando las papadas, barrigas y ojeras de varios de ellos los deberían ubicar más cerca del divorcio que del casamiento…
Pero en tiempos de adolescencias eternas y economías precarizadas, a nadie se lo puede juzgar por seguir dando vueltas con los mismos discos, las mismas obsesiones y los mismos miedos a los 40 que a los… 20. O sí, no sé. Sólo sé que a mí me hace un poco de ruido.
En La edad de oro, la excelente obra teatral de Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob con la que esta película tiene varios puntos en común, los treintañeros protagonistas tratan de encontrar la manera de reunir las obsesiones adolescentes con lo que se llama “madurez”. Aquí hay algo similar, y ese fetichismo con los vinilos amados es la representación cabal de una juventud que no quiere ser dejada y una madurez que se teme alcanzar (pregunta al margen: ¿por qué la obsesión con la música debería representa una idea de “juventud”? ¿No es una idea que atrasa décadas?).
Con un formato más de promisorio piloto de sitcom que de película propiamente dicha, Días de vinilo narra las desventuras de cuatro amigos que se enfrentan al anunciado casamiento de uno de ellos, Facundo (Rafael Spregelburd), con su novia de hace diez años, Karina (Maricel Alvárez) y, a partir de allí, a sus propias crisis individuales.
Damián (Gastón Pauls) es un guionista y cineasta que hizo una comedia exitosa años atrás que le costó su relación con la algo pretenciosa crítica de arte que interpreta Carolina Peleritti (en el papel más desagradable y cruel de la película, la “tilinga/snob” sin matiz alguno), y hoy anda deprimido por la vida, tratando de conseguir elenco para su nuevo guión, un drama que repasa esa conflictiva relación. En el camino conoce a Vera (Inés Efron), una vendedora que lo ayudará de maneras impensadas, y a la vez deberá lidiar con el divismo de Leonardo Sbaraglia (interpretando una versión ficcional de sí mismo), que se roba la película con sus fabulosas, autoparódicas y delirantes apariciones.
Luciano (Fernán Mirás) es un conductor radial, hipocondríaco y woodyallenesco que se enamora perdida y obsesivamente de todas las mujeres. Ahora la situación es más inmanejable que de costumbre ya que está en pareja con Lila, una muy sexy cantante pop (Emilia Attias) que está más interesada en su guitarrista que en él. Y, considerando lo pesado y posesivo que Luciano puede ser, sus razones tiene.
En tanto, Marcelo (Ignacio Toselli) es un fanático de John Lennon que sigue hace años manteniendo una banda tributo a los Beatles (The Hitles, que muchos pronuncian The Hitlers) que no avanza a ningún lado. Gana dinero alquilando su casa a extranjeros hasta que llega Yenny, una simpática turista colombiana, que lo lleva a analizar -por razones que conviene no adelantar- dar un giro a su vida.
Y Facundo, el novio, tampoco las tiene todas a favor. Su mujer es una neurótica de temer y él, que trabaja en una muy particular funeraria pero es pianista y compositor por vocación, empieza a sentir que tiene ojos para otras chicas, aunque no siempre las más convenientes. Las historias de los amigos y de sus -en muchos casos irritantes- mujeres (salvo excepciones, las chicas son bastante maltratadas en la historia) conforman el corazón de un film que se apoya en un guión bastante sólido en los diálogos. Los textos parecen, por momentos, armados a la manera de monólogos de stand up y los retruques verbales suelen ser muy ingeniosos y graciosos, con salidas ocurrentes aunque evidentemente ensayadas para la ocasión (cuesta creer que muchos personajes estén pensando lo que dicen).
Más allá de pequeños desajustes de tono y actuación, esa comedia verbal (más televisiva que cinematográfica en su puesta en escena, casi remedando al aceitado ping pong de una sitcom) es lo mejor de Días de vinilo. A la hora de crear situaciones, a la película le cuesta un poco más sostenerse: una subtrama con Damián y Vera buscando un guión a través de papeles sueltos en todo Buenos Aires, y el problema en exceso banal que atora a Marcelo en su relación con Yenny son chistes algo viejos y reiterativos. De todos ellos, sólo uno (el problema “físico” que tiene Luciano tras escuchar una canción) funciona a la perfección, gracias al gran timing para llevarlo delante de Mirás.
Días de vinilo es una comedia disfrutable y por momentos muy graciosa. No poder decidirse del todo entre apostar por cierto realismo “indie” y un humor más simplón le quita algunos puntos, muchos de los cuales también tienen que ver con el uso de una banda sonora (carísima, uno imagina) que apuesta casi siempre por “una que sepamos todos”. Esa apropiación de la “comedia bromántica americana” muestra a Nesci -el creador de Todos contra Juan- como un alumno más que aplicado en la materia, alguien que vio las películas y las series que debía ver, y que -uno supone- vivió algunos desengaños amorosos que lo llevaron a armar este film.
Ahora, también, la copia desaforada de un modelo sin demasiadas alteraciones deja algunas dudas en el camino. ¿A ninguno de los amigos jamás se les dio por escuchar rock nacional? Tan “ochentosos” que son todos ellos, ¿nunca un Soda Stereo, un Charly García, un Fito Páez? No es una exigencia, claro, es una elección deliberada, una apuesta acaso a que la película pueda incursionar otros mercados sin problemas de adaptación. Y podría hacerlo, ya que es un producto que funciona, bastante bien, en ese “lenguaje universal” que puede tener una serie como Friends.