Días de vinilo

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

EL CARIÑO Y EL CÁLCULO

Esta ópera prima de Gabriel Nesci (Buenos Aires, 1979) puede ser valorada a partir de todo lo que no tiene o de lo que no es, en comparación con otras comedias dramáticas del cine argentino reciente: no busca provocar la risa del espectador con gritos o puteadas, no gira en torno a una idea de guión única y elemental, no es grosera ni sórdida, no incluye seres de ficción que encarnen la corrupción de la dirigencia política o que sean arquetipos ideales de la clase media, trata con cariño a sus personajes y es discretamente graciosa.
Sin embargo, cuesta ver a su guionista-director como alguien con una mirada propia sobre el cine y sobre los temas que le interesan (por ejemplo la música).
Los antihéroes, los chistes y las astucias argumentales de Días de vinilo no ocultan un origen ajeno, conocido y aceptado: las sitcoms y las películas de amistades y amoríos juveniles que el cine estadounidense viene cultivando desde hace tiempo, generalmente con eficacia. Siguiendo ese modelo, el film prefiere generar simpatía antes que verosimiltud. Los personajes y lo que les ocurre son el resultado de un plan muy bien pensado para tender una historia donde todo encaje con precisión, por lo que todos parecen marionetas moviéndose en función de esos objetivos.
El cuarteto de amigos (un arrogante vendedor de parcelas en un cementerio, un abatido director de cine ansioso por mostrar su nuevo guión, el inseguro conductor de un programa radial y el obsesivo líder de una banda tributo a los Beatles) no transmite la calidez que se espera de personas que vienen compartiendo afinidades y vivencias desde su infancia. Algunas de sus divertidas conversaciones parecen salidas de un ocurrente libreto, así como personajes laterales e incidentes imprevistos lucen injertados sin fundamento en la trama, con la evidente necesidad de provocar en los espectadores determinados efectos.
Hay algunos ejemplos muy claros en este sentido, como el hecho de que Damián (Gastón Pauls) no tenga otra copia de su guión cuando lo pierde, o que la sordera que imprevistamente afecta a Luciano (Fernán Mirás) no le impida seguir conduciendo su programa de radio.
Del planificado cruce que propone Días de vinilo entre situaciones de la vida de los personajes con otras del mundo de la música o del cine que les apasiona, surgen pormenores que ponen en evidencia esa desmedida importancia del guión: en ningún momento el cineasta (Pauls) se plantea problemas relacionados con la realización o la puesta en escena de sus proyectos, e incluso una crítica de arte le reclama que debería concebir historias más “profundas”, como si el valor de una película dependiera exclusivamente de lo que cuenta.
Tampoco –salvo fugazmente al comienzo– hay padres, abuelos o suegros que intervengan en la historia, lo cual es curioso por tratarse de cuatro amigos de un barrio en Argentina. Este tipo de carencias (o que se los vea tomando whisky pero nunca mate) responde, tal vez, a esa idea preconcebida de urdir un divertimento juvenil con estilo deudor de prototipos importados, de la misma manera que, al adentrarse en la cultura que han consumido durante su adolescencia en los ’80, no hay referencias a films y músicos argentinos.
Entre los actores, Fernán Mirás, Leonardo Sbaraglia, Inés Efron y Maricel Álvarez (que había cumplido un papel bastante ingrato en Biutiful) son los que se muestran más dispuestos a jugar con sus personajes, en tanto Gastón Pauls (afortunadamente lejos de su rol habitual de predicador políticamente correcto) resulta querible como perdedor abrumado, recordando su personaje en Felicidades (2000, Lucho Bender). En el otro extremo se ubican algunas chicas lindas pero inexpresivas, como la modelo Akemi Nakamura, tan improbable encarnando a una joven china con acento colombiano como Carolina Pelleritti en la piel de una crítica de arte candidata al Pulitzer.
Abusando de primeros planos y con innecesarios comentarios en off al principio (en el desenlace puede resultar pertinente dejar explícita la agridulce moraleja), Días de vinilo acierta al deslizar entrelíneas sobre las elecciones en la vida y las predilecciones en la niñez que perseveran hasta la edad en la que se esperan compromisos más asociados a la madurez. “Las canciones que más te han marcado en la vida hablan de vos” dice en un momento uno de los personajes femeninos: de sentencias ingenuas pero infalibles como ésa depende, en buena medida, el inestable encanto de la película.