Una boda y cuatro tipos para un funeral
La comedia dirigida por Gabriel Nesci, de inocultable corte comercial, intercala aciertos y deslices, que van desde personajes sólidos y un correcto trabajo de casting, hasta un humor que a veces roza la propaganda de cerveza.
Debe saludarse que el cine argentino sea capaz de abordar una comedia de corte comercial como Días de vinilo y redondear un producto que, más allá de las objeciones que se le pueden realizar, cumple en hacer un cine dispuesto a generar empatía con el gran público. Si algo demuestran los últimos 25 años es que la producción local ha logrado nutrir y sostener un cine al que podríamos llamar “de autor”, consiguiendo el respeto de todo el mundo. Pero el éxito de taquilla con películas de género (aun cuando la comedia sea el menos complejo a la hora de conectar con los espectadores) sigue siendo una cuenta pendiente. Días de vinilo parece ser a priori una buena opción para dar un paso adelante en ese sentido. La fórmula incluye un guión que acumula algo más que chistes repetidos u obvios; algunos personajes sólidos; un correcto trabajo de casting que permite que buenos actores se encuentren con papeles que parecen escritos para ellos; y sobre todo el valor, en todos los sentidos de la palabra, de reconocer la diferencia entre hacer cine y hacer televisión, y obrar en consecuencia.
Pauls, Spregelburd, Mirás y Toselli, cuatro amigos de viejas épocas y con nuevos problemas.
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Tal vez el inicio no parezca auspicioso. Comenzar una historia con una voz en off que nos cuenta cómo es que cuatro preadolescentes sellaron para siempre su amistad en una esquina, bajo una lluvia de discos de vinilo, se acerca bastante al lugar común. Pero hasta las mejores películas de género (y se ha dicho que la comedia lo es) necesitan de ciertos códigos y tal vez esa escena actúa como falso normalizador, del mismo modo en que la fórmula del “Había una vez...” simula que todos los cuentos son en realidad el mismo, cuando luego es evidente que no. Estos niños crecerán y, empujados por traumas clásicos de la clase media –siempre gentileza de padres peleadores, sobreexigentes, irresponsables o abandónicos–, se volverán adultos más o menos conscientes de su insatisfacción.
Está el cineasta depresivo enamorado de una crítica de cine que lo deja y sólo puede escribir historias que narran su propio de-sengaño. El disc-jockey celoso e hipocondríaco cuya inseguridad es un tormento para todos. El eterno joven al que sólo le importa viajar a Liverpool con su banda tributo a Los Beatles. Y el exitoso en su trabajo que está a punto de casarse, pero que ha relegado su pasión por escribir canciones. Todos ellos tendrán su momento de crisis. Pero como la película en el fondo es conservadora –el peor defecto de la comedia norteamericana a la que Días de vinilo le ha pedido prestado el molde–, cada crisis acabará rigurosamente en final feliz.
Aunque el balance sea positivo, la película intercala aciertos y deslices. La parodia de sí mismo que realiza Leo Sbaraglia como actor psicótico; la confirmación de la veta cómica que ha encontrado Gastón Pauls tras su paso por series como Soy tu fan y Todos contra Juan; la solvencia de Fernán Mirás para hacer el Woo-dy Allen más argentino de la historia; el buen trabajo de todo el elenco, se encolumnan dentro del haber. Un humor que a veces roza la propaganda de cerveza, la recurrencia de utilizar títulos de canciones de rock para hacer humor y justificar el título de la película, y cierta falta de verosimilitud para convencer al espectador de que estos cuatro tipos son realmente amigos son algunas cuentas pendientes.
Párrafo aparte merece el chiste en que el guionista que interpreta Pauls se enamora de la crítica de cine (Peleritti) que hace una reseña negativa de su ópera prima y que luego lo abandonará con frías excusas. Un buen chiste que refiere a la relación amor-odio que liga a los cineastas con los críticos. Aun más curioso es lo que produce el personaje de
Inés Efrón, joven intuitiva y sensible que obra como opuesto de esa crítica de cine robótica e infame. Desde el sentido común (virtud que a partir de la oposición mencionada la película le niega a la crítica como práctica formal), la chica realiza objeciones varias al nuevo guión escrito por el personaje de Pauls, algunas de las cuales pueden trasladarse a Días de vinilo merced a un interesante efecto de Moebius, que permite que la película y su crítica más justa se proyecten en simultáneo sobre la misma pantalla. Altos y bajos de una comedia que articula un humor tan ágil como simple, sin subestimar al público.