A mediados de los '90, la cultura del compilado tocó su techo con la publicación de High Fidelity, libro de Nick Hornby que, algunos años después, pasaría a la gran pantalla con notable calidad de la mano de Stephen Frears. No hay dudas de que Días de Vinilo es la Alta Fidelidad argentina, no sólo por una cuestión de cercanía temática –música, discos, banda que busca la oportunidad y, por supuesto, los mixtapes-, sino porque la película en sí logra convertirse en un enorme top-five, en donde sus fallas se ignoran mientras que perdura una consideración exclusiva de sus mejores momentos.
Gabriel Nesci ocupa un lugar que detentaba Damián Szifrón y lo hará, por lo menos, hasta que este tenga su esperado –y demorado- regreso. Luego de un exitoso paso por la televisión con Todos contra Juan, debuta en la pantalla grande con un proyecto original, una comedia coral de excelente timing, apasionada por la música –así como su serie lo era para con el cine- y repleta de secuencias que, desde la ausencia del creador de Los Simuladores, son eludidas por las producciones nacionales. En ella se encuentra un elenco de figuras embarcadas en cualquier idea que propone el realizador, apuestas frescas pero arriesgadas que no funcionarían a cargo de otro, pero que en manos de un director que ha hecho carrera con este tipo de historias desopilantes con corazón, parecen no tener forma de fallar.
Basta repasar las líneas argumentales que ofrece el guión para dar cuenta de la singularidad de su propuesta. Un empleado de un cementerio privado que busca revolucionar las ceremonias a partir de la música, un conductor de radio inseguro y enfermizo que somatiza una ruptura amorosa y queda temporalmente sordo, un imitador de John Lennon que busca trascender con su banda tributo a The Beatles y un guionista en lucha que escribió una película para recuperar a la mujer que se fue, pero pierde la única copia. Cada una de las historias que propone Nesci funciona por sí sola, están tan bien desarrolladas que logran sostenerse por su cuenta, sin necesidad del contacto permanente con las otras aunque salgan fortalecidas cuando se entrecrucen.
Siendo la cara menos familiar, Ignacio Toselli se devora cada una de las escenas que lo tienen en pantalla. Su humor físico, repleto de expresiones faciales y de palabras entrecortadas, es el complemento ideal para el mejor planteo de la película, el de The Hitles. No solo hay un notable despliegue de producción para lo que es la banda –que cierra con espectacularidad a lo Sgt. Pepper- sino que cada línea de diálogo y cada situación que se presenta en el marco de esta historia es brillante. Hay, en cambio, una pata floja en lo que es el personaje de Gastón Pauls, el Damián narrador del comienzo, quien da cuenta de un importante parecido a Juan Perugia. Frustrado partícipe del mundo del espectáculo, reconoce las limitaciones de su obra y no se cree una estrella como sí lo hacía el actor del título en Todos contra Juan, pero su andar encorvado, su aire cansino, la aparición de Alfredo Castellani y, sobre todo, el juego con Leonardo Sbaraglia, provoca la idea de un capítulo más de la divertida serie. No es que no funcione, de hecho se disfruta y supondrá una sorpresa para todo aquel que no haya visto algo de las dos temporadas del programa, pero en la ópera prima de Gabriel Nesci se siente redundante.
Días de Vinilo tropieza en el final con un cierre algo traído de los pelos, un agregado extenso y algo injustificado que, aún dentro de un clima de historias desopilantes, queda en posición adelantada. Fuera de esto, es un film más que auspicioso para este joven director, que se siente cómodo dentro de comedias inteligentes que no subestiman al espectador, un espacio que, en el cine argentino, ha estado vacante por demasiado tiempo.