No van a pasar más que un par de escenas para que uno comience a tener la sensación de que “DIEZ MENOS” es un producto, para decirlo de una manera sutil, absolutamente fallido.
Ya desde la presentación apuesta a un tono cercano al formato televisivo -en el sentido más peyorativo de la palabra-, recordando a una televisión improvisada y sin recursos de varias décadas atrás (ni un solo punto de contacto con las actuales producciones de Ortega o de Pol-ka), incluso mucho más cerca de esos programas de cable a los que los late night shows de Pettinato o “Bendita TV” les tomaban el pelo de forma flagrante.
Todo se desarrolla, desde el momento cero, en un tono de producto descuidado, deliberadamente hecho a las corridas sin detenerse en el más mínimo detalle, de puro trazo grueso y con muy poco respeto hacia el público.
La historia gira en torno a Quique, personaje que encarna Diego Pérez, muy conocido dentro del ambiente televisivo tanto en su rol de comediante como de conductor, que después de algunos secundarios como en “Apariencias” (con Andrea del Boca y Adrián Suar) o en “Apasionados”, tiene ahora la oportunidad de su primer protagónico en cine.
Pérez representa al arquetípico personaje de tipo de barrio, figura querible, amiguero, honesto y laburante. Inclusive, en las primeras escenas se lo ve desempeñando su rol como monaguillo de la Iglesia del barrio, dando más aún una imagen de pureza y de tipo bonachón al que uno quisiera que le vaya bien y que de una vez por todas, la historia quede en manos de estos antihéroes.
Atacado por una catarata de desgracias, todos sucesos apelotonados sin el menor timing ni dramático ni de comedia, Quique es despedido de la fábrica donde trabaja, sin saberlo es engañado por su esposa y en el mismo acto ella le planteará la separación por lo que Quique, además, se queda también sin lugar para vivir.
Como si todo esto fuese poco, cuando cobra la indemnización, lo asaltan y le roban hasta la última moneda (en una escena absolutamente inverosímil, guionada y resuelta como si estuviese hecha por un grupo de estudiantes de quinto año del colegio secundario en un proyecto de arte que no logran aprobar por más esfuerzo que le pongan) por lo que a Quique no le quedan muchas más alternativas que terminar trabajando como delivery en el emprendimiento de su amigo del alma (un correcto Roly Serrano).
Todo se estructura como una sucesión de sketches bastante deshilvanados, una especie de islas cuyo único hilo conductor son los propios personajes, pero sin que esto implique el mínimo esfuerzo narrativo. De todos modos, lo más desatinado llega junto a las pretensiones de discurso moral con el que intenta plantear, en algunos momentos del filme, la disyuntiva de “¿Cómo a un hombre que hace tanto el bien y es de un corazón tan noble, tiene que vivir esta vida de castigos donde parece salirle bien?”
Es por eso que sobre el final, además, la película se toma el trabajo de redimirlo y volverlo al rebaño de las almas nobles y plantea una especie de patético happy ending vernáculo, resolviendo todo en tres o cuatro escenas completamente desafortunadas tanto desde la puesta, como desde los diálogos y el arrebato por resolver todo en unos pocos minutos, desafiando cualquier lógica, por más primitiva que sea.
Dentro de este formato que remite a un humor tan básico y hoy perimido, esa comicidad que hacía mucho tiempo que no veíamos en la pantalla grande, el guión de Osvaldo Cascella podría haber apostado a la comedia costumbrista y aprovechar el carisma de Pérez para explotarlo en ese sentido.
Pero desacierta una vez más cuando intenta imprimirle a algunas de las situaciones el registro de comedia delirante, que no logra en ningún momento, sino que tiende a dar vergüenza ajena. No hay nada peor que una película de humor que no de gracia, donde los gags no funcionen y ninguno de ellos pueda generar una mínima empatía con el espectador. Tampoco logra jugarse deliberadamente por un estilo de humor bizarro como podría ser el de Capusotto o el antiguo clan de “Cha Cha Cha”.
En realidad, “DIEZ MENOS” es bizarra sin tener intenciones de serlo, es graciosa no por las situaciones de comicidad que plantea sino por el cúmulo de errores y desaciertos que terminan causando gracia y ni siquiera puede considerarse como esas películas que de tan mal hechas, terminan siendo de culto.
A toda la buena onda que le pone Pérez a su protagónico, acompañan el ya mencionado Roly Serrano, Ernesto Claudio como el dueño de la fábrica y Jimena Anganuzzi, la nueva parroquiana que parece escapada de una película de Loza sin saber bien que está haciendo en medio de todo este caos.
Sin olvidarse de ni uno sólo de todos los estereotipos y haciendo humor con cosas que ya no causan gracia y quedan completamente fuera de lugar como la mirada anacrónica que tiene sobre los personajes femeninos (incluso tiene algunos chispazos con gags más cerca del humor Sofovich de “Rompeportones”, tan fuera de lugar en los tiempos que corren), Daniel Alvaredo y Roberto Salomone tampoco plantean una puesta diferente para un guion absolutamente pobre que no da lugar al más mínimo vuelo.
Más bien desde las primeras escenas está en un permanente aterrizaje forzoso.