DILETANTE o LA HISTORIA DE UNA ROSA AZUL
Estrenada en el último festival de Mar del Plata, Diletante es la opera prima de Kris Niklison, una mujer cuya voz out escuchamos cuando se inicia el film. Nos informa que nació el 12 de noviembre de 1966 y, entre otras cosas, que ha regresado al país luego de veinte años de ausencia. En este prólogo juguetón se suceden las imágenes de un carnaval mientras la realizadora se burla de si misma, de su familia y especialmente de su madre.
Este guiño entre socarrón y frívolo va a puntear cuando de veras comience la narración. Diletante es una palabra que fascinó a la señora Bela, la dama octogenaria protagonista del film y madre de la realizadora. “Diletante es una persona que sabe mucho de muchas cosas pero nada en profundidad, que divierte y se divierte conversando con los otros”. Esta definición de parte de Bela casi hacia el final del film abre un interrogante. ¿El cine es para Niklison un diletante? O, en todo caso, tanto ella como la dama radiografiada saben mucho sobre muchas cosas pero nada en profundidad y nos divierten y se divierten conversando con nosotros.
Es una opinión arriesgada. Pero es necesario decir que gran parte del cine que hemos consumido es verdaderamente diletante. La dama que aparece siempre en cuadro tiene una interlocutora cuya voz out escuchamos pero a la que no vemos. Es Cata, la mujer que trabaja en el viejo casco de la estancia. Sirve como caja de resonancia de las reflexiones de la señora, reflexiones que van desde el armado de ese rompecabezas de dos mil piezas hasta ironías sobre la vida y la muerte, desgranadas ellas en un muy justo medio tono, casi sin darle demasiada importancia. Hay un desliz hacia el marido que ya no está porque, sin vueltas, reconoce que su muerte “Me jodió”. La pérdida de uno de los hijos, en cambio, está tomada como una de las tormentas que tanto le gustan.
A la opereta de Gilbert y Sullivan que puntea por momentos la banda de sonidos de manera estruendosa, le sucede la voz apagada de Carlos Gardel cantando Golondrinas. Ese sonido out acusmático -suponemos que es la radio- se suma a la cámara que puntea rigurosamente por la geografía humana de Bela con sus arrugas y sus años. Se trata de un verdadero punto de sincronización donde sonido e imagen conforman una unidad armónica también zumbona. Gardel entona aquello de Criollita de mi pueblo, pebeta de mi barrio mientras estamos asistiendo a un verdadero festival de arrugas.
Y como dice la dama, la naturaleza es sabia: cuando empiezan las arrugas la vista se va acortando y ya no se pueden contemplar los espejos con la misma claridad de la juventud. No se trata de un personaje que resulte simpático y lo asociamos a un referente casi inmediato en tiempo: la vieja Hanna de El último mandado que firmara Fabio Junco junto con el Cine de Saladillo. Se trata de mujeres con mucho pasado y ningún futuro. Ambas terminan por ganarnos a pesar de que no queremos que esto suceda. Es sencillo: son emergentes de un grupo social nada agradable. Pero están dispuestas a vivir mientras vivan y esto merece respeto.
Si la casa está habitada por la dama y la voz de la sirvienta, por el exterior de la misma deambula César, el peón mal vestido que tiene dos obsesiones: las mujeres y encontrar a la dama muerta en cualquier momento. De algún modo, César posee un misterio del que las dos mujeres carecen. No es sólo que se lo prive de voz, sino que, según nos enteramos, quiere inventar una rosa azul para entregársela a su enamorada. Este propósito de César provoca la hilaridad de ambas mujeres.
Y, no obstante, al final, vemos cómo César se acicala frente a un espejo y se prepara para entregar esa rosa azul que, por fin, ha conseguido. Emprende el camino hacia su enamorada por la costa del Paraná, mientras Bela saluda a quienes pasean en lancha en una soleada tarde de una primavera que parece ya verano. La directora ha conseguido su film, Bela nos ha entretenido con sus reflexiones y César pudo inventar la rosa azul. En algún momento ninguna de estas posibilidades aparecía como posible. Y, sin embargo, se han concretado.
Llama la atención el cuidadoso uso del sonido que en este film tiene tanta importancia como la imagen: para observar el ritmo de la comedia musical aunado a las copas de los árboles sacudidas por el viento. Es indudable que debajo de la actitud en apariencia -y sólo en apariencia- superficial de la realizadora se esconde también alguien que busca una rosa azul para entregarla al espectador. Y lo consigue gracias al potente efecto residual de las imágenes y del sonido. Diletante fue galardonada en el último Festival de Mar del Plata, aunque el premio no la daña en exceso.