El pasado cobra vida
El afiche de Dinosaurios, que se pasa de colorido a colorinche y de pletórico de elementos a cachivachero, puede dar la errónea idea de que estamos ante una de esas películas de animación hechas a desgano para recaudar con un tema que está de moda entre los chicos desde hace más de veinte años (Jurassic Park es de 1993). Para peor, esta coproducción animada entre dos de las industrias cinematográficas más poderosas del mundo (la de Estados Unidos y la de Corea del Sur) tiene un punto de partida sencillo, casi adocenado: unos chicos que viajan 65 millones de años hacia atrás gracias a una máquina del tiempo y se encuentran en medio de los dinosaurios.
Pero las apariencias esta vez engañan y -como pasa muchas veces en el cine- la falta de originalidad argumental no es un dato demasiado relevante a la hora de los resultados. Los colores del afiche -en el movimiento de la película- dan un aspecto vivo, radiante. La animación está lejos de tener esos rasgos menesterosos que suelen tener muchas películas animadas que buscan el "estilo mainstream" con menos presupuesto. El movimiento es fluido y la velocidad para contar impide que la simplicidad de la construcción de los personajes se convierta en un ripio. Y, por sobre todas las cosas, lo que hace de Dinosaurios una experiencia placentera -incluso quizás hasta emocionante- es esa convicción de que la aventura es sinónimo de felicidad cinematográfica, de que el asombro en los ojos de un chico que ve animales extraordinarios es un aglutinante atractivo.
También ayuda que cada momento de acción no esté estirado ni tampoco embarullado con planos de más, esos que tanto tientan a tantos animadores digitales que cada vez tienen mayores facilidades para mostrar todo. Dinosaurios, en medio de colores, chistes, unos pajarones que parecen Los Tres Chiflados y mucha acción, demuestra que todavía hay lugar para agradables películas animadas en la segunda línea de la industria.