La pianista Anat toca el piano momentos antes de dar a luz. Trágicamente, su hijo nace sordo. Sin embargo, la voluntad de esta madre de criar a un genio del piano, haciéndolo escuchar a Mozart a modo de adaptarlo a su respetada familia de tradición musical se vuelve una adicción, llegando a tomar medidas drásticas con tal de que ello suceda. Esta es la premisa argumental del último film del cineasta israelí Itay Tal.
Estrenada en el pasado festival BAFICI, en el marco de la Selección oficial de largometrajes a concurso, “The God of the Piano” es una película sobre genios musicales, pero es aún más intrigante lo que subyace debajo de sus finas capas narrativas. Esta película de múltiples caras nos muestra, por un lado, a una madre que se preocupa por su hijo prodigo y, desde otra perspectiva, la relación entre generaciones que se establece en el vínculo paterno y materno filial. También, la inclinación de tomar un talento como camino para obtener amor y aceptación.
Nuestra protagonista no pudo cumplir las expectativas que su padre, amante de Mozart, tenía para ella; entonces traslada a su pequeño recién nacido aquello que ella no pudo concretar. Y proyecta sus frustraciones, deseos y sueños más profundos. Estamos ante un film que desafía nuestras emociones y genera atmósferas sumamente tensas. Una herida abierta que deposita en su hijo, el siempre determinante llamado de la vocación. El piano es, también, una metáfora acerca del encanto que produce un instrumento, simbolizado en lo que representa la cámara cinematográfica para todo director.
Un drama potentemente actuado exhibe una tendencia subyacente en formato thriller, que muestra una mixtura genérica a la hora de describir la tensión que caracteriza el actuar de cada personaje, creando un puente entre la obra y el espectador, acercándonos a la naturaleza de estos seres disonantes. Un retrato psicológico y complejo de personalidades, con ciertos matices sórdidos y un final grandioso.