Reunir a personas de distintas religiones para que cohabiten pacíficamente en un mismo lugar es una tarea sumamente difícil. Priorizar las creencias religiosas por sobre las relaciones humanas, es lo habitual. Siempre se transita por la delgada línea que divide momentos tranquilos con otros problemáticos, y aquí es donde repara Fabrice Éboué para escribir, dirigir y protagonizar esta película francesa.
Nicolás (Fabrice Éboué) es un productor musical, trabaja para una importante compañía que abarca distintos rubros industriales, cuya jefa, que es muy estricta, lo conmina a revitalizar su departamento con la creación de una banda que llene teatros, venda discos y genere hits, en un plazo máximo de 6 meses.
Con semejante presión encima y, además, la imposibilidad de reconquistar a su esposa, luego de una infidelidad, Nicolás se apoya en su asistente Sabrina (Audrey Lamy), una mujer que le angustia dormir sola, y con esa excusa se acuesta todas las noches con un hombre distinto. Pasan los días haciendo castings de nuevos cantantes, pero ninguno los conforma.
La solución y el alivio llega con la formación de un trío nada convencional, porque busca que sus integrantes sean de tres religiones distintas bien opuestas entre sí, como son las de un católico, un judío y un musulmán, encarnados por un cura, Benoit (Guillaume De Tonquédec), un rabino, Samuel (Jonathan Cohen). y un imán, Moncef (Ramzy Bédia), reales, que acceden a cantar a cambio de beneficios para las comunidades a las que representan.
La banda “Coexister”, mientras empieza a hacerse popular, sufre la pelea de sus integrantes por cuestiones religiosas y allí está el protagonista para negociar la calma y encarrilarlos para conseguir el objetivo.
En una comedia amable, el director delineó de manera esquemática cada personaje, privándolos de tener un vuelo propio más creativo. La historia tiene gags, ritmo, pero también baches, situaciones y actuaciones previsibles que no resultan atractivos. Recorre los lineamentos generales que debe tener un film de este género con la simple misión de entretener desde un lugar provocativo, pero sin poner en tela de juicio las actitudes y acciones de los creyentes.
Con un relato liviano el director intenta demostrar que la convivencia puede ser pacífica, pese a los pensamientos y sentimientos tan diametralmente antagónicos.