Lugares comunes
Pocas veces una película europea llega a la Argentina cargada con una actualidad tan vigente como Dios mío, ¿qué hemos hecho? Es que el film de Philippe de Chauveron aborda las tensiones raciales puertas adentro de Francia, las mismas que prometen tensarse aún con más fuerza a raíz del atentado a la revista Charlie Hebdo. Claro que lejos de catalogarlo como una de las cuestiones más apremiantes de la política interna gala, lo hace a través de una comedia construida desde la tipificación más llana, apelando a todos los prejuicios, estereotipos y lugares comunes sobre las distintas comunidades habidos y por haber.
Éxito extraordinario en la taquilla francesa con más de ¡doce! millones de espectadores (20 millones contando toda Europa), Dios mío… jamás esconde su reduccionismo racial galopante, encarnado aquí en una pareja conservadora (Chantal Lauby y un Christian Clavier, empecinado en calcar los gestos de Robert De Niro en La familia de mi novia), cuyas hijas están casadas con representantes de distintas minorías étnicas: un judío, un árabe y un chino. Todos ellos, claro, delineados con la misma fineza con la que lo haría cualquier hijo de vecino.
Las reuniones familiares serán una excusa para un pase constante de facturas, con el yerno árabe cargando contra el israelí y éste, a su vez, contra el chino, todo ante el beneplácito del patriarca. El cartón se llena cuando la cuarta hija arranque a planear su casamiento con un…africano. Hasta que de buenas a primeras todos se dan cuenta que, tal como lo explicita la película, no importa en qué Dios se crea sino que todas son personas. El desenlace, sorpresa y media, es una oda a la igualdad, la conciliación y la familia.