Infelizmente la comedia del año pasado en Francia
Claude Verneuil (Christian Clavier) y su mujer Marie (Chantal Lauby) pertenecen a la buena burguesía provincial francesa, conservadora (sobre todo él, gaullista en este caso), católica y practicante (sobre todo ella). Entonces no debería sorprender mucho: les costó un poco ver a sus tres hijas mayores casarse sucesivamente con un musulmán, un judío y un hijo de inmigrantes chinos. Pero lo aceptaron, porque son tolerantes o así se imaginan. Por suerte, les queda la hija menor y esperan que esta encuentre un buen católico para que una se case por fin por Iglesia. Es lo que pasará, pero no será exactamente el católico que esperaban y se preguntarán qué han hecho a Dios (el titulo francés original es Qu’est-ce que nous avons fait au bon Dieu?) para pasar por ese “calvario”.
Esta comedia ha sido el mayor éxito en Francia en el 2014, con poco más de doce millones de espectadores. Infelizmente, ser popular no es necesariamente un índice de calidad, y en este caso, definitivamente no lo es.
No lo es porque Dios mío, ¿qué hemos hecho? retoma, sin cuestionarlos, sin darles vuelta, los clichés que existen sobre las distintas comunidades que aborda, incluso convalidándolos.
No lo es porque ratifica una concepción restrictiva de la nacionalidad, muy de moda actualmente en Francia, racista en sus motivaciones. Como se lo sugiere en una escena emblemática, donde el padre termina aceptando a sus tres yernos, un buen francés es un francés que canta el himno nacional de memoria cuando la oportunidad se presenta. Ahí se valida esa deriva observada desde hace unos años cuando se empezó a criticar a los jugadores de fútbol de origen árabe de la selección francesa, por ejemplo Benzema, por no verlos cantar el himno antes de un partido. Cuando Platini jugaba, no cantaba la Marseillaise y nadie le decía nada. Otros tiempos, otra inmigración, europea y católica en el caso de Platini, árabe y musulmana en el caso de Benzema… Además, en Francia el himno no se aprende en las escuelas ni tampoco se lo pasa por radio diariamente a determinado horario. De hecho, yo soy francés, pero sinceramente no conozco más que las dos primeras estrofas de la Marseillaise (e incluso esas creo que me las olvidé un poco…) al igual, me parece, que la mayoría de los franceses. En otras palabras, para ser un “verdadero” francés, algunos tienen que ser más “franceses” que otros.
No lo es porque -peor aún si fuera posible-, ratifica en cierta medida el racismo. Uno de los personajes lo dice con todas las letras: “todo el mundo es un poco racista en el fondo”. Si es así, entonces no puede ser muy grave, hasta se puede excusar un poco. Se podría replicar que la película hace de abogada de los casamientos mixtos. Es cierto, pero se debería también mencionar que los yernos pertenecen todos por lo menos a la clase media.
En fin, no lo es porque las actuaciones de las hijas y de sus maridos son en su gran mayoría pésimas, lo que a esta altura ya parece secundario. Casi el único que se destaca es Clavier. Es que ese tipo de papel siempre le va como anillo al dedo.
Dios mío, ¿que hemos hecho? se pensó como una comedia popular consensual, unificadora, y el resultado no deja de asustar por lo que refleja y revela de la sociedad francesa actual, lo que fue muy probablemente una de las claves de su éxito.