CÓNCLAVE FAMILIAR
La comedia francesa es un género efectivo (o efectista) que casi siempre funciona. La fórmula se vale de altas dosis de humor, con gags y pasos típicos de enredos, que muestran la buena y mala ventura del conjunto de personajes que las habitan. En Dios mío, ¿qué hemos hecho? todos estos elementos se mezclan para dar como resultado un filme entretenido en el que se pondera como tema central la diversidad religiosa.
Todas las hijas de una acomodada familia católica contraen matrimonio, pero lo que tendría que ser un encadenamiento de celebraciones termina siendo una seguidilla de eventos desafortunados que ponen en jaque la tranquilidad familiar. Tres de sus cuatro preciosas hijas se casan con miembros de distintas religiones: budista, musulmán y judío. La esperanza de los padres es la cuarta, es decir, la única y última posibilidad de que la familia, por fin, pueda celebrar una boda católica. Pero, ¿lograrán el cometido?
Más allá de lo que podría imaginarse que suceda (que de hecho sucede), el gancho de la película es el morbo pasatista de ver hasta cuanto podrá un padre soportar la tensión de tener que convivir íntimamente con personajes como sus “raros” yernos. ¿Quién es el distinto? ¿Ellos o él? Y es tal vez, aquí donde el film se pone prejuicioso al querer centrar el punto de vista del lado más conservador y reaccionario. Es obvio que alguna posición debía tomar, pero lo cierto es que, sin entrar, en profundidades ideológicas, lo que aparece en la superficie fílmica es una melange cultural pintoresca.
¡Mon Dieu! dirán los padres mientras que la decepción los abraza fríamente, y como buenos católicos lo que sigue es la culpa. Qué hemos hecho como padres para merecer esto, se preguntan todos los días hace más de seis años. Acostumbrándose o forzados a, la gran familia disfuncional logra despertar complicidad y una dosis justa de risas, siempre y cuando, la burla se comprenda sin ofensas.
Por Paula Caffaro
@paula_caffaro