Llega el estreno de Dioses de Egipto, última película de Alex Proyas (El Cuervo, Yo Robot).
En estos tiempos de mercado cinematográfico donde abundan superhéroes de cómics, Hollywood sigue ampliando horizontes (y pretendiendo multiplicar ganancias) pero bajo la misma mirada. Gastados los mitos griegos y romanos y revisada la historia bíblica, apareció en estas películas el mundo egipcio. Poco revisitado bajo esta matriz dominante era hora de que la mitología egipcia comenzara a reversionarse.
Ra, Osiris , Set y Horus y los otros dioses menores llegan a la pantalla grande con una cinta que podemos describir, en pocas palabras, como cada apertura anual de ShowMatch: larga, pretenciosa y grasa.
Una aventura con visos de comedia, romance y superacción donde todo se toma tan en serio que nada funciona. Los dioses (que se diferencian en altura de los hombres y, por lo tanto mediante un horrible truco, se ven enormes) y los mortales deberán unirse para vencer al malo que pretende conquistar el mundo tal como se conoce hasta entonces: Horus y Bek son la pareja despareja de las buddy movie que apenas resulta de a ratos.
Tragedias familiares (padres e hijos y complicados vínculos filiales que se trasladan a revanchas entre tío y sobrino al mejor estilo Shakespeare), amores humanos que son capaces de vencer hasta la muerte, celos e iras de dioses que son incomparables y enormes en su furia y sus pasiones se desarrollan en una trama que está plagada de lugares comunes, frases imposibles, y actuaciones estereotipadas. Todo intervenido con acción berretísima (cromas evidentes que gritan su digitalización mal resuelta, efectos que no llegan ni a las producciones de clase B) y que ni siquiera genera placer culposo. Montaje rápido, elipsis apuradas que denotan poco interés en lo que se cuenta o mala elección sobre lo que sería importante contar y desarrollar.