Ay diosito...
Un remedo de 300 con mucho despliegue y escasos hallazgos.
La lista de películas que durante la última década replicaron formas y contenidos de 300 es tan larga y conocida que ya ni merece enunciarse. Dioses de Egipto es la última de ellas. Del film de Zack Snyder toma una geografía deliberadamente artificiosa, su estilización formal e incluso a un Gerard Butler desaforado como pocas veces antes, para luego mixturarlo con una dosis de fantasía que bordea el ridículo. Y lo bordea desde aquel lado, no de éste.
El film de Alex Proyas (Yo, robot) arranca con el dios Horus (Nikolaj Coster-Waldau, de Game of Thrones) a punto de ser nombrado Rey de Egipto cuando regresa su tío Set (Butler) dispuesto a quedarse con el trono que según él le pertenece por legítimo derecho. Una pelea entre ellos dejará al primero sin ojos y con la obligación de un exilio, y al segundo asumiendo el poder para someter a sus súbditos a un régimen esclavista. Entre ellos está Bek (Brenton Thwaites), quien luego de una serie de situaciones irá en busca del rey auténtico para destronar a su malvado tío.
Dioses de Egipto ofrecerá un sinfín de situaciones entre delirantes y fantasiosas, cada cual más grande y ruidosa que la anterior (peleas entre seres mitológicos, rituales con cerebros azules y un Geoffrey Rush pelado interpretando a Ra desde una suerte plataforma espacial). El problema es que esa acumulación nunca termina de amalgamarse en un todo homogéneo y entretenido. El resultado es, entonces, apenas la replicación de una fórmula exitosa.