¡Mis dioses!
Mito más, mito menos, hay acción, pero falta historia y personajes bien construidos.
Algo le pasa a Hollywood con un geénero que en su momento se popularizó, a mediados de los años ‘50 y ‘60: el cine péplum. Eran películas que conjugaban el cine histórico y el de aventuras, por lo general grecorromanas.
Acercándonos a esa variedad o categoría, hace poco tuvimos un Hércules, con Dwayne Johnson, tuvimos un Pompeya: la furia del volcán y ahora tenemos Dioses de Egipto, otra superproducción que supera el centenar de millones de dólares, distribuidos en actores (Gerard Butler, Nikolaj Coster-Waldau, Geoffrey Rush, Rufus Sewell -que no escarmienta, ya había estado en Hércules- y algún que otro disfrazado de dios o de mortal, que seguramente no trabajan por el pancho y la Coca) y muchos, demasiados efectos de diseño y visuales para hacernos creer lo que los guionistas no logran. Tal vez allí habría que poner un par de dólares la próxima vez. Si hay una próxima.
La historia está contada desde elpunto de vista de Bek, un mortal, enamorado de Zaya, cuando el dios Set asesina a su hermano antes de que éste corone a su hijo Horus, como rey de Egipto. Set le saca los ojos a Horus, pero como los dioses tienen tres características (ser más altos que los mortales; poder convertirse en otra cosa; y corre oro por dentro, en vez de sangre), lo que salpica es oro.
No todo lo que brilla es oro, y aquí lo que brilla es la falta de historia, de personajes bien construidos. Acción hay todo el tiempo. Y lo que sigue, mito más, mito menos, es la pelea cuasi eterna entre los dioses, con los mortales -salvo el bandido de Bek- como meros testigos, invitados de piedra, estén corriendo en la pantalla o sentados en la sala.