La tristeza de los ricos
Dioses es la película de un perfecto bienpensante, quizás uno de los peores elogios que se le puedan hacer a un ser humano con pretensiones intelectuales. Dioses intenta ser una cáustica crítica a la clase alta peruana, que se encierra en maravillosas casa marinas frente al maravilloso Pacifico, al sur de Lima, con maravillosas mujeres, para pegarse un maravilloso aburrimientos.
Transitando los noventa minutos de la historia, que entre otros yeites se trae un incesto entre hermanos, Méndez nos alentará a ser felices con lo poquito que tenemos, ya que si los personajes con tanto la pasan tan mal, los pobres tipos que viven en una barriada miserable y se pierden media vida haciendo cola frente a una única canilla comunal para recoger un poco de agua, deben estar en la gloria.
Josué Méndez parece ser la definición de la promesa que no se cumple, su primer largo, Días de Santiago, generó expectativas que al momento de plantear la historia ya habían fenecido. En Días… se metía con soldado veterano de de la guerra contra Sendero Luminoso y de la guerra del Cóndor, entre Perú y Ecuador. A su vuelta Santiago repite todos los tics que los gringos repiten a la vuelta de sus guerras, de una manera tan obvia y previsible que uno desea fervientemente la paz para siempre.
Pero si volvemos a Dioses, los vamos a seguir encontrando aburridísimos, en grandes comilonas, fiestas y bacanales, mientras los pobres siguen felices esperando un chorrito de agua en la canilla de su barrio. El cuento maniqueo acerca de lo poco honorable que son las clases altas tienta a uno a intentar probar la terrible angustia de ser rico.