Una joven editora, de visita a la casa de su padre en la Bretaña en la remota punta de la Finesterre, sabrá del extraño museo que funciona detrás de la librería de Crozon, un pueblo cercano. En realidad no es otra cosa a que el último refugio de miles de originales rechazados por las grandes editoriales francesas. Una multitud de sueños perdidos, de ilusiones estalladas, de esperpentos literarios que abarcan todos los temas del mundo. La joven, con esa pasión que solo padecen los grandes lectores, intrigada frente a esa multitud de originales llegados desde todos los lugares de Francia, a pedido del fundador del museo revisa, hurga, olfatea en búsqueda de algo atractivo, verdaderamente interesante que pueda rescatar de las llamas del tiempo ¡et voilà! Lo encuentra en una novela prodigiosa que puede amenazar con producir en tsunami en el aburrido paisaje literario francés. La novela, que se llamará “Últimas hora de una historia amor”, se edita y rápidamente se convierte en ese tsunami tan temido. Un trabajo que se encastra prodigiosamente entre la agonía de un largo amor, cuando no; con desgarrante fragmentos que tratan sobre la agonía real de Aleksandr Pushkin, trabajo que solo pudo asumir alguien que dedicó su vida a estudiar la obra del gran maestro ruso. La opinión de la crítica es tan unánime como monumental. El éxito comercial apabullante, pero claro ¿quién es el autor de ese prodigio? La respuesta deja a todos fuera del ring, se trata del señor Hernri Pick, el pizzero de Crozon, del que nadie conocía esa vida secreta, que se debatía entre la harina, la mozzarella, su pasión por Pushkin y esa antigua máquina de escribir en la que amasó su más genial novela. La consagración, lamentablemente póstuma, hará que su viuda sea la invitada de honor a un importante programa de crítica literaria, remedo del famoso “Apostrophes” de Bernard Pivot. En plena emisión, el crítico a medida que va conociendo la vida del pizzero, comenzara a desconfiar, convirtiendo la historia en un muy desconcertante thriller, que cambiará la vida del símil Pivot, con exquisitos guiños literarios, que harán más apasionante todavía la investigación. Aunque en el vertiginoso trayecto que llevará en numerosas oportunidades de París a Finisterre, a nuestro literario sabueso, comenzará a ralentizar el relato, quitándole fuerza a cada vuelta del camino, concluyendo en un final torpe y sin gracia. LA BIBLIOTECA DE LOS LIBROS OLVIDADOS Le Mystère Henri Pick. Francia/Bélgica, 2019. Dirección: Rémi Bezançon. Intérpretes: Fabrice Luchini, Camille Cottin, Alice Isaaz, Bastien Bouillon, Josiane Stoléru, Astrid Whettnall, Marc Fraize, Hanna Schygulla, Marie-Christine Orry, Florence Muller. Producción: Eric Altmayer, Isabelle Grellat y Nicolas Altmayer. Guión: Rémi Bezançon y Vanessa Portal. Distribuidora: CDI Films. Duración: 100 minutos.
Detroit: Zona de conflicto, de Kathryn Bigelow Por Guadi Calvo Después de Vivir al límite (2008) y La noche más oscura (2012), Kathryn Bigelow vuelve a la guerra, pero esta vez deja territorios lejanos y se mete en el corazón de los Estados Unidos, narrado los sangrientos hechos producidos esa ciudad a lo largo de cinco días de julio de 1967, que dejaron 43 muertos y 7 mil detenidos (en su enorme mayoría negros), que se levantaron contra la violencia policial practicada contra esa comunidad. El hecho terminó convirtiéndose en uno de los episodios más trágicos y emblemáticos de la larga lucha de los negros por alcanzar la igualdad y el respeto en su país. El film de Bigelow se centra en el club Algiers, regenteado por negros y asaltado por la Guardia Nacional la tercera noche de los sucesos tras un incidente menor. En su interior estaban una decena de afroamericanos y dos blancos, de los cuales tres resultaron muertos y el resto fuero rescatado después de sufrir torturas y humillaciones. Más allá de las buenas intenciones, la respetada directora no logró dar con el tono del relato y tal como sucedió Con la noche más oscura, cuenta mucho y muestra poco. El relato se convirtió en una historia contada de manera engorrosa que se asemeja demasiado al pasquín y casi sin querer, minimiza los hechos reales y la lucha reivindicatoria de los ciudadanos negros, en favor de un efectismo que no le interesa más que a la ganadora del Oscar. DETROIT: ZONA DE CONFLICTO Detroit. Estados Unidos, 2017. Dirección: Kathryn Bigelow. Guión: Mark Boal. Elenco: John Boyega, Will Poulter, Algee Smith, Jacob Latimore, Jason Mitchell, Hannah Murray, Jack Reynor, Kaitlyn Dever, Ben O’Toole, John Krasinski. Producción: Kathryn Bigelow, Mark Boal, Matthew Budman, Megan Ellison y Colin Wilson. Distribuidora: Digicine. Duración: 143 minutos.
La muralla criolla, de Sebastián Díaz Por Guadi Calvo La muralla criolla en un excelente trabajo de investigación, sobre lo que se conoce históricamente como La Zanja de Alsina, ideada por el entonces ministro de Guerra del presidente Nicolás Avellaneda, Adolfo Alsina, quien pergeño en 1876 la idea defensiva de una zanja de tres metros de ancho y 700 kilómetros de largo, desde Bahía Blanca hasta el sur de Córdoba, con el que se intentaba evitar los famosos malones de las tribus lindantes que solía saquear las poblaciones blancas, que poco a poco iba extendiendo su domino sobre sus ancestrales territorios. Con los testimonios de Osvaldo Bayer, Marcelo Valko y otros historiadores, la ágil cámara de Sebastián Díaz recorre no solo la historia y la razón de La Zanja, sino las razones de ese proyecto y las consecuencias del fracaso que será la génesis de la desgracia argentina: el latifundio. Tras una muerte sospechosa, Alsina será remplazado por Julio Argentino Roca, padre de la espuria oligarquía local, que hasta el día de hoy es factor clave de todos los grandes males del país. Sebastián Díaz construye, con diferentes recursos de la puesta cinematográfica como la entrevista y la animación, un relato claro, preciso y coherente que tendría que ser de visión obligatoria no solo para los jóvenes, sino para muchos argentinos que ignoran porqué las cosas son como son en la Argentina. LA MURALLA CRIOLLA La Muralla Criolla. Argentina, 2017. Dirección, producción, guión e investigación: Sebastián Díaz : Dirección de Fotografía: Manuel Muschong. Sonido directo: Mauro Braga. Ilustraciones y animaciones: Carlos Escudero. Motion Graphics: Juan Martín Fourcaud, Emanuel Di Santi, Sebastián Díaz. Montaje Sebastián Díaz. Testimonios: Osvaldo Bayer, Marcelo Valko, Juan José Estévez, Alberto Orga, Jorgelina Walter, Gastón Partarrieu, Eduardo Hiriart, Armando Nervi. Duración 68 minutos.
Zama, de Lucrecia Martel Por Guadi Calvo Durante las larguísimas dos horas de la última película de Lucrecia Martel, me vinieron a la cabeza muchas de las charlas que tuve con Antonio Di Benedetto, poco antes de terminar su exilio y regresar a la Argentina “democrática” donde le habían prometido muchas cosas que después Alfonsín no supo, no quiso o no pudo. En aquellas charlas sobre literatura, sobre su literatura y otras muchas cosas que merecerían hacerse literatura, con ese pudor y modestia casi patológica que administraba en grandes dosis, alguna vez me confesó, que no había vuelto a leer Zama, por temor a encontrarse con errores y defectos. Quien haya transitado la novela de 1956, acordará conmigo que el único defecto es su paleta de texturas y sabores que la hace prácticamente inabordable en su dimensión absoluta, casi metafísica donde un hombre se debate en el arcano de la espera y el olvido. Poco antes de su muerte en octubre del 86, Di Benedetto me había comentado, con recóndita ilusión, que había un proyecto remoto de llevarla al cine. Era claro que para quien lo intentase sería un trabajo de delicada cirugía, aquel proyecto quedó en la nada como el destino de Zama. Por eso cuando me aliste para ver la versión cinematográfica de una de las novelas más importantes de la literatura argentina, que se codea con el Juguete rabioso de Roberto Emilio Godofredo Arlt, Adam Buenos de Marechal o las Nubes del “Turco” Saer, lo hice con ese vacío estomacal que me produce la Selección Argentina desde que el Loco Bielsa, bien nos colgó la medalla olímpica de las pestañas y se fue. Respiré profundo y me sometí como Zama a ser víctima de la espera, poca agua de ese río barroso y obvio había corrido cuando entendí que Martel, no había hecho un trabajo de alta cirugía, que reclamaba el autor de Los suicidas, sino todo lo contrario, había diseccionado la novela de Antonio, con el criterio y el hacha oxidada de un carnicero frenético. De aquel Zama que yo había leído como un talibán los hadices del Profeta, como un plan maestro, ¡que como un plan maestro! Como un plan celestial de cómo construir gran literatura, solo sobrevivieron algunas palabras deshilachadas. Que apenas farfullan los actores balbuceantes. Zama se deslinda en eso, con un preciosismo tan insolente como efectista, donde como es usual en la directora trabaja lo mágico y maravilloso, para su clientela europea, que ignora que García Márquez ya ha muerto hace unos años y Alejo Carpentier mucho más . Los personajes entran y salen por puertas y arcadas, cruzan establos y salones, sin saber a dónde van, pero con un ánimo que ya hubiera querido los hermanos Marx. Matan caballos sin explicaciones, surgen llamas, no de fuego, si no ese simpático mamífero artiodáctilo doméstico de la familia Camelidae, (gracias google) que por momentos parecen estar reclamando un parlamento. De agregar exotismo hubiera faltado un rinoceronte, una cebra y un hipopótamo, ya que negras en tetas hay algunas. Por momentos, algo olvidado me llamaba desde muy lejos quizás sea el rio, el calor o la very typical selva sudamericana, un murmullo, que no era el que continuaba en la pantalla al que hacía tiempo me había resignado a no entender, me remitía a vidas pasadas a eras geológicas atrás ¿Aguirre la ira de Dios? No claro sin la locura de Kinski, ni el genio de Herzog. Seguí buscando y llegue a la maravillosa Hamaca paraguaya de Paz Encina, pero tampoco, los alucinados de Glauber Rocha, pero no, seguí insistía perseverante, ¿qué había en el fallido film que me resultaba familiar? casi al final mientras se ve la barca donde viaja derrotado para siempre el corregidor don Diego de Zama, ese que jamás Antonio quiso volver a visitar, recordé las arpas la banda música que Armando Bo, utilizó para La burrerita de Ypacaraí, por la que a cada uno se fue haciendo adepto a la Secta del Fénix, no por el cine, sino por Borges. Posiblemente la crítica cool, que gusta de las niñas santas, las mujeres sin tetas, perdón, sin cabeza, abale este nuevo desatino de la directora. Los que sin duda no abalaran son aquellos que como se dice en Venezuela, se han bajado de la burra para pagar la entrada. Guadi Calvo ZAMA Zama. Argentina/Brasil/España/Francia/Holanda/México/Portugal/Estados Unidos: Guión y dirección: Lucrecia Martel. Intérpretes: Daniel Giménez Cacho, Lola Dueñas, Matheus Nachtergaele, Juan Minujín, Rafael Spregelburd, Nahuel Cano, Mariana Nunes y Daniel Veronese. Fotografía: Rui Poças. Edición: Miguel Schverdfinger y Karen Harley. Diseño de producción: Renata Pinheiro. Sonido: Guido Berenblum. Distribuidora: Buena Vista International. Duración: 115 minutos.
Perdidos en Paris, de Fiona Gordon y Dominique Abel Por Guadi Calvo La bibliotecaria en un pequeño pueblo canadiense, viaja a París a socorrer a su tía Martha, de 88 años, amenazada de ser internada en un geriátrico. Su llegada a Francia será una confusa mezcla de infortunios, la pérdida de su equipaje, la desaparición de Martha y la aparición de un clochard, que puede convertirse en su gran amor. La estructura del guión da para la construcción de un film, por lo menos ramplón, reiterativo y afectado. Un obvio homenaje a Tati y a Chaplin. Demasiado colorido, con demasiado brillo al punto de enceguecer a un espectador que se preguntara dónde han quedado sus anteojos de sol. El dúo protagonista, casualmente sus directores Pierre Richard y Emmanuelle Riva, aburren con su inocencia afectada, como si en los tiempos que se viven Europa, se permitirá espacio para tanta tontería. Indudablemente para el olvido. PERDIDOS EN PARIS Paris pieds nus. Francia, 2017. Dirección: Fiona Gordon y Dominique Abel. Intérpretes: Fiona Gordon, Dominique Abel y Pierre Richard. Duración: 84 minutos.
Perfectos desconocidos, de Paolo Genovese Una noche de reunión entre cuatro íntimos amigos y sus mujeres, se perfila como una más de tantas, mientras que el film también. La cena tiene como excusa observar desde la terraza del anfitrión un eclipse lunar, mientras tanto, esperan que el último soltero llegue con su nueva novia que todos esperan conocer con ansiedad. La novia no llegará nunca y la comida esta lista, todos se acomodan para la aburrida charla de siempre, los espectadores también. Diálogos rápidos ciertamente chispeantes, escenas obvias y casi patológicas a la hora de describir la clase media europea en general, tan cubiertas de todo y tan falta de nada. Pero algo sucede, algo quiebra la obviedad de la situación, alguien propone dejar los celulares sobre la mesa y que cada uno atienda los llamados con una sola condición: que sea en altavoz. Los personajes aceptan a regañadientes y los espectadores comienzan a prestar un poco más de atención al film que hasta ese momento se presentaba estéril, obvio. Las llamadas se suceden, los enredos también, excusas, engaños, traiciones comienzas a llegar a través de los whatsapp, mensajes de texto, grabados y charlas abiertas. En la mesa todos se incomodan, en la platea los espectadores reímos nerviosos porque sabemos que cualquiera de esas comunicaciones, cualquier día y en el momento menos oportuno, puede aterrizar en nuestra “caja negra” como alguien en el film llama a los celulares. La historia avanza, mejor dicho retrocede, para explicar mutuas infidelidades, ocultamientos, planes oscuros y hasta mentiras piadosas, porque la piedad también existe todavía. La extraña presencia de El Ángel Exterminador de Buñuel, sobrevuela perverso en la memoria de este crítico. Un guión ajustadísimo, que solo podría sostenerse con excelente actuaciones y una dirección impecable. Afuera la Luna se eclipsa, dentro el film crece, de una comedía casi costumbrista que deriva a un profundo análisis sociológico sobre los modos de comunicarnos y no precisamente desde la tecnología. Como corolario, un final tan patético y cruel como la realidad, de una película imperdible con solo una recomendación, apague su celular y si es posible nunca más lo encienda. PERFECTOS DESCONOCIDOS Perfetti sconosciuti. Italia, 2016. Dirección: Paolo Genovese. Intérpretes: Giuseppe Battiston, Anna Foglietta, Marco Giallini, Doardo Leo, Valerio Mastandrea, Alba Rohrwacher y Kasia Smutniak. Guión: Paolo Genovese, Filippo Bologna, Paolo Costella, Paola Mammini y Rolando Ravello. Fotografía: Fabrizio Lucci. Duración: 97 minutos.
Los relocalizados, de Darío Arcella Entre las tantas tragedias que la Revolución Libertadora desplegó sobre el país, quizás la más emblemática sea la historia del Hospital Pediátrico, que había comenzado su construcción 1951, tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955, la obra quedo inconclusa cuando faltaba poco para terminarlo. El gigantesco edificio, durante décadas, pasó a ser el emblema de la decadencia argentina. La pobreza y el crónico déficit habitacional obligó a muchísimas familias buscar refugio en la mole hueca que pasó a llamarse el Albergues Warnes, instalando una villa miseria en sentido vertical. Miles de personas hicieron allí su vida y en torno a ese predio de 19 hectáreas en plena Capital Federal, se tejieron innumerables leyendas vinculadas fundamentalmente a la marginalidad y la “peligrosidad” de sus habitantes. Embozados tras un negocio inmobiliario, en 1990 el gobierno del Carlos Menem decidió la clausura y demolición del Albergue y para ello, la primera medida fue relocalizar a las ciento de familias que entonces lo habitaban. Para darles viviendas “dignas” construyó el Barrio Ramón Carrillo, un complejo habitacional de setecientas casas, que al poco tiempo de empezadas a habitar quedaron expuestas su fallas y carencias, lo que evidenciaba que el barrio había sido construido al solo fin de cambiar el problema de lugar. En terrenos anegados, con napas contaminadas, con redes cloacales y eléctricas más que improvisadas, los cientos de vecinos descubrieron la estafa del gobierno. El contundente relato de Darío Arcella se instala en el Barrio Carrillo 25 años después, donde se evidencia ya no solo del desastre edilicio que significó el negociado, sino y sin duda mucho más grave, la debacle social en que vive sus habitantes. Violencia, drogas, represión y abuso policial, marginalidad, peleas entre bandas rivales y muertes por ajustes de cuentas es la escenografía que transita el film de Arcella. Con la clásica estructura de tomar un pequeño grupos de esos habitantes y dejarlos moverse y hablar libremente, apoyándose en imágenes contundentes y muy bien editadas, el relato mete de cabeza en la historia de un lugar que a pesar de estar a minutos del centro de la ciudad, muchos no creerían, que pudieran pasar tan cerca de sus vidas. Arcella, ni interpreta, ni explica, ni opina, solo abre su cámara y su micrófono para capturar lo que sucede y cómo sucede. Lo que sin duda es el mayor logro de este film, que si bien es un documental, podría considerarse un honesto descendiente de Milagro en Milán o Los olvidados. LOS RELOCALIZADOS Los relocalizados. Argentina, 2017. Dirección y guión: Darío Arcella. Duración: 99 minutos.
Frantz, de François Ozon La Primera Guerra Mundial (1914-1918) obligó a importantes directores de la época a indagar sobre ese monumental evento histórico. Aquello dejó entre algunas otras realizaciones obras como la de Jean Renoir (La gran ilusión, 1937), G.W. Pabs (Carbón, 1931) o Ernst Lubitsch (Remordimiento, 1932). Es en el film de Lubitsch en donde se inspira François Ozon para realizar una remake, Frantz. En los años de posguerra un ex soldado francés, llega hasta un pequeño pueblo de Alemania, para rendir un íntimo y casi secreto homenaje a Frantz, un soldado alemán muerto en la guerra. El momento de ese homenaje, es observado Anna, la joven novia de Frantz quien prácticamente ha tomado el rol de una verdadera viuda, que no solo visita a diario la tumba, sino que se ha convertido en una verdadera hija para sus suegros, que apenas puede sobrellevar el dolor de su hijo muerto. Adrien, el soldado francés, no solo pretende homenajear a su “enemigo” muerto, sino conocer a sus padres, a quienes tiene algo importante que contar. En los días de Adrien en el pueblo, conoce a los padres de Frantz, con quienes establece una relación profunda a quien relata su amistad con Frantz en Paris, sus visitas a museos y la buena vida de la pre-guerra. En el tránsito de las frecuentes visitas de Adrien a los padres Frantz, se comienza a generar una relación con Anna, que además lo ayuda a sortear el odio hacia los franceses que había dejado la guerra. El vínculo entre el francés y Anna, se afianza alentado por sus padres adoptivos, quienes pretenden que la muchacha rehaga su vida. La historia tomará un giró a partir del regreso a Adrien a su país, que al poco tiempo seguirá Anna, quien descubrirá la verdadera vida de su enamorado. Con su última película, Ozon vuelve a sorprender y a romper cualquier tipo de encasillamiento, en tanto con la construcción de Frantz salta otra vez los supuestos, lo previsible, entra en el campo de melodrama y sale tan bien parado como lo había hecho con Gotas de agua sobre piedras calientes, Ocho mujeres o Bajo la arena, todas originales y en registros absolutamente diferentes. Con apariencia clásica, en Frantz juega con elementos muy contemporáneos, no solo en la estructura narrativa, sino también desde lo técnico utilizando el blanco y negro o el color para acompañar el relato, enfatizar o relajar las situaciones por momentos muy angustiantes. Y también con Frantz, una vez más François Ozon vuelve a exponerse, como lo hace siempre, a la crítica que a veces puede ser demoledora con sus trabajos, aunque se encuentre frente a maravillas como este film. FRANTZ Frantz. Francia/Alemania, 2016. Dirección: François Ozon. Elenco: Pierre Niney, Paula Beer y Ernst Stötzner. Fotografía: Pascal Marti. Música: Philippe Rombi. Edición: Laure Gardette. Duración: 113 minutos.
EL DOLOR DE LA FE El filme es una adaptación de la novela del japonés cristiano Shûsaku Endo, llevada al cine en 1971 por Masahiro Shinoda, donde se narra la búsqueda de dos jóvenes jesuitas de un Hermano desaparecido años antes cuando misionaba en Japón. Los sacerdotes se embarcan en la aventura sabiendo que las posibilidades de encontrarlo vivo son casi nulas. Hasta allí la historia, hasta allí el film y aunque uno conozca que Scorsese ha tenido importantes aproximaciones a las cuestiones de la fe, como en La última tentación de Cristo (1988) o Kundun (1997), no es hasta Silencio, donde consigue expresar quizás sus más profundas dudas sobre hasta qué punto, cuánto sufrimiento físico y moral puede resistir y hasta dónde alguien está dispuesto a sostener sus creencias. En eso se basa el nuevo film del gran maestro norteamericano, utilizando casi como una anécdota la lucha de los jesuitas portugueses por expandir y sostener el cristianismo en Japón feudal del siglo XVII, a lo que más allá de los colonizados, los japoneses se resisten con absoluto derecho y utilizando todos los medios disponibles, incluyendo las más espeluznantes torturas y la muerte. El film, al que podríamos considerar hasta un western, donde los blancos entrar en territorio comanche, nos desprende de las vicisitudes del relato y nos obliga a someternos a una discusión interior, intima, privada y silenciosa, acerca de nuestras propias creencias y lo relativo de sus valores. Scorsese, excede en mucho el ámbito del cine, para involúcranos en una larga discusión sobre nosotros mismos y nuestras dudas más personales. El resto es casi anecdótico la vida y muerte de esos mártires, que al tiempo son invasores, más allá de lo espeluznante de las torturas, las crucifixiones, los cuerpos empapados con agua hirviendo y las hogueras humanas, tiene que ver con cabalgar interiormente, buscando claridad respecto a una de las palabras más complejas del hombre: Fe. El resto es silencio. SILENCIO Silence. Estados Unidos/Taiwán/México, 2016. Dirección: Martin Scorsese. Intérpretes: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Yosuke Kubozuka, Tadanobu Asano, Ciarán Hinds, Issei Ogata y Shin’ya Tsukamoto. Guión: Jay Cocks y Martin Scorsese, basado en la novela de Shûsaku Endô. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Kathryn Kluge y Kim Allen Kluge. Edición: Thelma Schoonmaker. Diseño de producción: Dante Ferretti. Distribuidora: Distribution Company, Duración: 161 minutos.
ILUMINANDO EL GHETO El director Barry Jenkins (Remedio para melancólicos), sin anestesia nos mete de cabeza en la vida de Chiron, un niño segregado, en una sociedad segregada, un niño abandonado, en una sociedad abandonada, en el Miami, marginal, muy distante de los grandes hoteles, muy distante de los grandes malls. Chiron es hostigado por sus compañeros de escuela, por una madre en deriva a la adicción del crack. Hasta que se cruzar con un distribuidor medio de droga, que lo apaña y comienza a darle las primeras enseñanzas que daría una padre. El derrotero de Chiron, seguirá igual, crecerá y seguirá siendo un excluido, su timidez guarda un secreto: una homosexualidad latente, que lo persigue y le teme tanto como a los extraños que lo hostigan. Hasta allí el film, inspirado en la obra In Moonlight Black Boys Look Blue, de Tarell Alvin McCraney, funciona porque nos permite conocer un sector marginal de esa sociedad norteamericana que insiste en esconderlo, disimularlo. Chiron, que ya es un adolescente, terminara preso tras una violenta agresión contra una de sus compañeros. De la prisión, sale un adulto duró, y despiadado, con el mismo “oficio” de su padre simbólico. En ese punto el film pierde interés, el duro traficante, buscara su primer y único amor homosexual, un compañero de escuela con quien no se ve desde diez años atrás. A quien le declarara su amor, para sorpresa del espectador, porque el director no ha dejado una señal que un fortuito encuentro amoroso, en una playa solitaria, haya despertado una pasión que se mantendrá intacta por tanto tiempo. Moonlight, funciona a la manera de Secretos de la montaña, en clave de ghetto negro, y no mucho más que eso. Floja de merecimientos aspira a varios Oscar, que para este crítico no significa gran cosa. LUZ DE LUNA Moonlight. Estados Unidos, 2016. Guión y dirección: Barry Jenkins. Elenco: Alex R. Hibbert, Ashton Sanders, Trevante Rhodes, Mahershala Ali, Janelle Monáe, Naomie Harris y André Holland. Fotografía: James Laxton. Música: Nicholas Britell. Edición: Joi McMillon y Nat Sanders. Diseño de producción: Hannah Beachler. Duración: 111 minutos.