Carta de un actor autoconsciente.
Al Pacino es Danny Collins, un cantante del estilo Neil Diamond que entona las mismas canciones desde hace cuatro décadas pero, lejos de ser un don nadie en el mundo de la música, llena los estadios en los que se presenta y su vida de rock star reventado gira sin cesar con drogas, alcohol y una novia de la mitad de su edad. En el día de su cumpleaños, Danny recibe -de su manager y amigo- una carta dirigida a él escrita por John Lennon en 1971, en la que lo invita a no despreciar su arte, a no temerle al mundo de la música y principalmente a que se comunique con él. Nada de esto sucedió porque la carta jamás llegó a sus manos sino a un editor quien se guardó la misiva para vendérsela a un coleccionista. El disparador de la historia es: “¿Qué hubiera pasado si…? Y desde ese “si” dubitativo se construye una idea de cambio, un intento de recomponer toda una vida tirada a la marchanta de los lugares comunes del deterioro artístico a manos de los excesos, al menos eso es lo que la película intenta colar como un subtexto. Así el cantante destartalado se lanza a la aventura de cruzar de costa, de Los Ángeles a Nueva Jersey, para conocer a su hijo treintañero, un hombre casado y con una hija, un fresco de la iconografía del “working class hero” de Bruce Springsteen.
Dan Fogelman no acude por primera vez a la idea de la vejez mal llevada, ya lo había hecho con el guión que escribió para la reciente Último Viaje a Las Vegas (2013), allí cuatro amigos de sesenta y pico de años buscaban una redención en “la ciudad del pecado”. Fogelman se aferra a todos los clichés que encuentra a su paso, de todos modos jamás alcanza la autoconciencia, un nivel todavía inédito en su carrera, teniendo en cuenta las obsesiones temáticas de las películas que lo involucran. Aquí, en el debut en la dirección, tampoco muestra alguna inventiva retórica para escaparle al tremendo grosor de sus conceptos llevados a la práctica, ejemplo: luego de una discusión entre el protagonista y su hijo, lo que suena -para reforzar el dramatismo de los diálogos- es Beautiful Boy de Lennon, así de grosero son los momentos de su ópera prima. Solo Al Pacino puede enaltecer desde el lenguaje actoral gran parte de las situaciones risibles no buscadas, no hay que ser injustos con el resto del elenco -en especial Plummer- funcional para apuntalar al protagonista. Pacino sabe que es un viejo ridículo, que se viste mal, que parece más encorvado con cada película, que ya ni sobreactúa y que tiene poca gracilidad en su andar, pero es verdaderamente autoconsciente de su estado actual, incluso hasta parece divertirse.
Directo al Corazón -qué decir de esta traducción de Danny Collins- sirve para afirmar que los culpables de este tipo de películas fallidas, protagonizadas por leyendas como Pacino o Robert De Niro, no son ellos mismos, a los que se los suele caer con la responsabilidad casi absoluta de los desastres, sino los jóvenes directores y guionistas que no pueden ofrecerles papeles dignos de otros tiempos o al menos verdaderamente autoconscientes, como alguna vez hicieron Harold Ramis en el díptico Analízame/ Analízate y Mike Newell en Brasco, protagonizadas por De Niro y Pacino respectivamente.