Por fuera de Canadá, una de las regiones del mundo más burladas en cine y televisión es Nueva Jersey. Es una humorada recurrente decir que "apesta", más allá de no se entienda el verdadero motivo de algo que a todas luces parece infundado. El hecho de que la segunda oportunidad para la avejentada estrella de la música protagonista de Danny Collins se sitúe en dicho estado, es un golpe de efecto tan transparente como la totalidad de la película. Un lugar que uno solo visitaría por obligación es el de esta nueva posibilidad, como reza la sinopsis, la de "redescubrir a su familia y encontrar el amor verdadero". La locación puede ser diferente pero el terreno es conocido. Aún así, pese a ser predecible en sus intenciones, es sincera y afable, con suficiente a su favor como para que se trate de un viaje placentero.
La voz de Nick Offerman, pausada, grave y suave como el jazz –cualquier seguidor de Parks and Recreation sabe que es él antes de que aparezca-, se imprime sobre una pantalla en negro previo a dar paso a una entrevista ambientada en los '70, en la que un periodista especializado en música dispara sus preguntas sobre un joven Danny Collins, con un actor muy parecido al reconocido protagonista en sus años de The Godfather, Serpico o Dog Day Afternoon. Un chico talentoso, con un susto de muerte a la fama, es la contracara del veterano cantante que encarna Al Pacino, como un hombre que probó todo lo que tuvo a su alcance y que canta los mismos temas que compuso hace décadas para un público en su mayoría de la tercera edad. Es ahí que recibe la carta nunca entregada de John Lennon y toda su vida es puesta en perspectiva.
En su debut como director, Dan Fogelman (Last Vegas, Tangled, Crazy, Stupid, Love.) compone una historia sencilla y tradicional, que funciona por ciertos recursos que compensan su falta de pretensiones. El exitoso millonario que se da cuenta de que le falta lo más importante es un tópico frecuente y esta no esquiva los lugares comunes, pero los abraza con un nivel de frescura y soltura que ayudan a mejorar el resultado general. El disparador –la mencionada carta- es original, pero no alcanza para cubrir la totalidad de la producción. No obstante es la excusa perfecta para utilizar una banda sonora compuesta en su mayoría de canciones del fallecido Beatle, lo cual eleva en forma instantánea la calidad de cualquier film.
Danny Collins bien podría llamarse Al Pacino, dado que se puede considerar que en este relato de redención hay algo de personal, exclusivamente en lo que se refiere al estado actual de su carrera. Scent of a Woman le dio su único Premio de la Academia hace más de dos décadas, un galardón compensatorio porque durante años se lo había dejado solo en la nominación por films en los que merecía mucho más. Pero con el Oscar en mano, nunca más se lo vio en la terna. Su presente dista del de Robert De Niro –es cierto también que filma mucho menos-, pero durante la última década muchos de los proyectos que eligió han resultado en verdaderas decepciones, como Stand Up Guys o Righteous Kill, lejos de las películas magistrales que lo han convertido en un ícono.
Aquí está muy bien acompañado por Bobby Cannavale y Jennifer Garner –no hacen mucho más de lo que acostumbran a hacer siempre-, pero sobre todo por Christopher Plummer como un solvente agente/mejor amigo y por Annette Bening, una partenaire que no le pierde pisada con el diálogo. Collins reconoce que tiene un muy buen ida y vuelta con el personaje de Mary Sinclair y esto es uno de los elementos fundamentales de la película. La química entre ellos existe y el cantante interpretado por Pacino es agradable y comprador al extremo, gracias a un guión que le da una lengua ágil y una personalidad avasalladora. Así se consigue un film predecible que no sale de su zona de comodidad, pero con ciertas particularidades que propone Fogelman –tanto en materia de personajes como situaciones que atraviesan- que son las que terminan de imponerse en favor de una apuesta amena y honesta. Eso y la vigencia de Lennon.