La directora peruana Claudia Llosa (La teta asustada, ganadora en Berlín y nominada al Oscar) se impuso un desafío cuando decidió adaptar la novela de la argentina Samanta Schweblin. Quienes la hayan leído, y son muchos, recordarán que ese texto notable logra instalar un clima enrarecido, inquietante, desde sus primeras páginas: sus primeros diálogos. Y que podría resumirse como un texto que trata sobre la maternidad con elementos fantásticos, de thriller y terror. Entre otros asuntos, que no conviene develar, pero que exponen, desde lo literario, urgencias muy terrenales en torno a nuestro modo de vida poco sustentable.
Llosa consigue algo parecido. Amanda (la española María Valverde) llega con su pequeña hija Nina, a una casa de campo vinculada a sus recuerdos de infancia. Su marido se reunirá con ellas pronto, escuchamos, mientras Amanda conoce a una vecina, Carola (Dolores Fonzi), que la subyuga. Carola es sexy y tiene un secreto vinculado a su hijo, David, al que una enfermedad cambió por otra persona. ¿Cómo?
Con una apuesta a la estilización, cercana (acaso demasiado) al lirismo de algunos films de Terrence Malick, Llosa se apoya en el uso de las voces en off de dos de sus protagonistas que se hablan como narración de lo que vemos. Por encima (o por debajo) del relato. Y aunque estos recursos puedan agotar un poco, quizá a espectadores más adeptos a las formas estandarizadas de contar historias para consumo en streaming (esta es una producción de Netflix), hay aquí un riesgo, una apuesta que por eso mismo ya la destaca.
Las dos mujeres protagonistas, sus hijos, y en segundo plano sus maridos, sus hombres, construyen un vínculo intenso y por tanto no exento de tensiones. En el que la amistad femenina se mezcla con la atracción, el afecto o la desconfianza. En un plano, atravesado por esa historia de misterio y magia que subyace como lo hace lo fantástico en la vida cotidiana. ¿Qué pertenece a un mundo u otro?
Con su apuesta estética y (o a pesar de) una artificialidad un poco amenazante, con demasiadas cosas sin explicación, Distancia de rescate consigue crear ese clima de tensión que invita a seguir. Propone una búsqueda y encuentra varios tesoros. Como el joven, y ya experimentado, Emilio Vodanovich (David), con el trabajo de casting de la talentosa, casi imprescindible en el cine argentino que incluye chicos, María Laura Berch. O como el crescendo hacia un original tipo de horror — entre psicológico, místico y ecológico—, que pone la piel de gallina.